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NADIE ME QUITA LA VIDA SOY YO QUIEN LA ENTREGO

18 abril, 2019

VIERNES SANTO
“Nadie me quita la vida, soy Yo quien la entrego” (Jn 10, 18)

    Escuchamos en este Viernes Santo de nuevo la Pasión, pero resuena de forma distinta al domingo pasado en que sonaba en el marco de un Mesías triunfante y aclamado entrando en Jerusalén.

       Hoy son otras las palabras que sustituyen al “Hosanna”, una traición, un silencio, un abandono, pasión y ante todo entrega.

    La entrega más sublime de toda la historia, la de un Dios que “se abaja hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz (Flp 2, 8). Una entrega que se convierte en la Cruz en el signo definitivo del Amor de Dios, el que vence el mal con bien y se hace locura y debilidad “nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles (1 Cor 1, 23).

       El Viernes Santo es pues el sacramento más desconcertante del amor de Dios. En él se nos descubre la inmensidad de aquel amor que no se echa atrás ante el extraordinario sacrificio del Hijo. El Viernes Santo “habla y no cesa jamás de hablar de Dios Padre, que es absolutamente fiel a su eterno amor para con el hombre” (S. Juan Pablo II). Y el Hijo también lo siente así en esa hora “Padre, a tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23, 46). Sabe que su muerte no va a ser en vano y que su cuerpo y espíritu Dios los recogerá en sus manos para volver a levantarlos. Por eso, con toda confianza, termina el diálogo que había tenido con su Padre en la cruz y expira su último aliento para entregárselo a la Eternidad.

     Y habla también el amor incondicional del Hijo, por ti, por mi, por todos, haciendo que resuene en nuestro interior, como un mantra, como un estribillo: “por ti, porque te quiero”. Un camino el de la Cruz y la entrega que Dios comenzó hace mucho, desde que nos soñó como hijos. Un Dios que se hace pequeño y se encarna por ti, porque te quiere, que soporta la incomprensión y el desprecio de los suyos, por ti, porque te quiere, que se entrega en la eucaristía, por ti, porque te quiere, que sufre en Getsemaní, por ti, porque te quiere, que acepta la traición de uno de los suyos, por ti, porque te quiere, que es tratado como un malhechor ante el pueblo, por ti, porque te quiere, que es negado por sus amigos, por ti, porque te quiero, que carga con la cruz y sufre en el camino al Calvario, por ti, porque te quiere y que en cumplimiento y fidelidad a la voluntad de su Padre da la vida “nadie me quita la vida, soy Yo quien la entrego” (Jn 10, 18), y eso, por ti, porque te quiere. Mirar la Cruz sabiendo que si Cristo hubiera tenido que morir sólo por mí lo hubiera hecho sin dudarlo, de hecho lo hizo. Eso es la Cruz, entrega sin medida.

      Hace unos día alguien me recordaba un acontecimiento que se parece mucho a este. En la canonización de Maximiliano Kolbe, en 1982 estuvo presente el padre de familia por el que el Padre Kolbe entregó su vida el sargento polaco, Franciszek Gajowniczek, su testimonio es el siguiente:
“Yo era un veterano en el campo de Auschwitz. Una noche, al pasar los guardianes lista, uno de nuestros compañeros no respondió cuando leyeron su nombre. Se dio al punto la alarma: los oficiales del campo desplegaron todos los dispositivos de seguridad; salieron patrullas por los alrededores. Aquella noche nos fuimos angustiados a nuestros barracones. Los dos mil internados en nuestro pabellón sabíamos que nuestra alternativa era bien trágica; si no lograban dar con el escapado, acabarían con diez de nosotros. A la mañana siguiente nos hicieron formar a todos los dos mil y nos tuvieron en posición de firmes desde las primeras horas hasta el mediodía. Hacia las tres nos dieron algo de comer y volvimos a la posición de firmes hasta la noche. El coronel Karl Fritzsch volvió a pasar lista y anunció que diez de nosotros seríamos ajusticiados.

A la mañana siguiente, Gajowniczek fue uno de los diez elegidos para ser ajusticiados en represalia por el escapado. Cuando Franciszek salió de su fila, después de haber sido señalado musitó estas palabras: «Pobre esposa mía; pobres hijos míos». Maximiliano Kolbe, estaba cerca y lo oyó. Enseguida, dio un paso adelante y le dijo al coronel: «Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos». El oficial nazi, aunque irritado, finalmente aceptó su ofrecimiento y Maximiliano Kolbe, que tenía entonces 47 años, fue puesto, junto con otros nueve prisioneros, en ayuno obligado para que muriera. Los diez condenados fueron recluidos en una celda subterránea el 31 de julio de 1941.

    Pero como —tras padecer tres semanas de hambre extrema— el 14 de agosto de 1941 aún sobrevivía junto a otros tres condenados y los oficiales a cargo del campo querían dar otro destino a la celda, Kolbe y sus tres compañeros de celda fueron asesinados.

      El sargento polaco Franciszek tuvo muy claro que si él seguía vivo es porque otro murió por él, es la historia repetida en tantos y tantos mártires de la caridad, Maximiliano murió por Cristo y por su hermano y Cristo por todos y por ti, es la gran entrega de cada Viernes Santo.

Foto de la portada: Fray Félix Hernandez OP

Hna. Amaia Labarta Rodríguez
Provincia Santa Catalina de Sena