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ESPERANDO UN DOMINGO SIN OCASO

26 febrero, 2024

Dijimos en el post anterior que el ser humano es constitutivamente un ser temporal, un ser de deseos y un ser que pregunta. ¿La temporalidad termina con la muerte o puede abrirse a una nueva dimensión? ¿Los deseos necesariamente se cumplen y las preguntas necesariamente encuentran respuesta satisfactoria, o siempre quedan frustradas?

Las búsquedas, los deseos, las preguntas no implican necesariamente su realización. La búsqueda puede no dar resultado, el deseo quedar insatisfecho y la pregunta quedarse sin respuesta. Pero estas tres actitudes, que nos abren al futuro, manifiestan mi capacidad de acogida y de recepción, y encuentran una sorprendente respuesta en la revelación cristiana. Allí se descubre un Dios que siempre nos espera, que puede ir más allá de todo deseo y que dará respuesta a todas las inquietudes humanas, “a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solo los alimentos terrenos” (así se expresa el Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes, 41).

Este Dios no puede ser alcanzado como exigencia de nuestros deseos. Es siempre pura gracia, puro don. Un regalo, una sorpresa. Y, aunque no podamos saber nada de este regalo, porque desborda toda imaginación (lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni corazón pudo jamás imaginar: 1 Cor 2,9), el cristiano espera que esta sorpresa sea una pura maravilla. El cristiano espera un mañana, sin lágrimas, sin dolor y sin muerte, que no tendrá mañana, pues será un día luminoso que nunca acaba. El cristiano espera, tal como dice uno de los prefacios de la Eucaristía dominical, “el domingo sin ocaso en el que la humanidad entrará en el descanso de Dios”. La humanidad, o sea, todos los seres humanos. “Entonces contemplaremos su rostro y alabaremos por siempre su misericordia”.

Esta es la “gozosa esperanza” con la que debe vivir el cristiano. Una esperanza que da sentido a la vida y la llena de alegría, a pesar de todas las penas y dolores con las que con demasiada frecuencia nos encontramos.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat