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LA ESPERANZA CONSTITUTIVA DE LO HUMANO

22 febrero, 2024

Antes de ser una virtud religiosa que confía profundamente en Dios y lo espera todo de Él, la esperanza es una realidad humana, una dimensión antropológica fundamental, uno de los modos de ser más radicales y permanentes, pues en todo ser humano hay una espera de seguir viviendo y un deseo de vivir mejor. Siempre estamos abiertos al porvenir, siempre esperamos algo. Y en todo lo que esperamos buscamos la felicidad. Sobre esta dimensión humana se asienta la esperanza teologal, pues el cristiano confía en que un día se cumplirán las promesas de Dios que superan todo deseo.

El ser humano no puede no esperar porque es un ser temporal, un ser de deseos y un ser que pregunta. La temporalidad es constitutiva de lo humano. Tenemos un tiempo. Un día nos encontramos con la vida y otro día la vida se nos irá. Mientras tanto nos abrimos ineludiblemente a lo que viene, al futuro, que siempre está presente en forma de espera. Cuando esta espera se asume consciente y racionalmente se convierte en proyecto. De este modo, el futuro no es lo que todavía no existe, sino lo que está presentido en el ahora como proyecto. El proyecto es la forma humana de la tendencia hacia el futuro. Así el presente penetra el futuro y se convierte en preludio del mismo. Además, la dimensión de futuro tematiza un dato de experiencia: la conciencia que todo ser humano tiene de su finitud, de ser una entidad inconclusa, siempre en camino hacia un “más allá” de su presente. Esta conciencia no sólo impulsa al ser humano a conservar lo que tiene, sino a la búsqueda de una plenitud, de un ser que dure siempre, que nunca acabe.

Por otra parte, no hay ser humano que no desee algo y, sobre todo, que no desee, de una u otra manera, lo que es bueno para él. Todo deseo se abre a la espera de su realización, pero paradójicamente todas las realizaciones nos dejan insatisfechos. Por muy bueno que sea lo encontrado, siempre buscamos más y mejor. Lo deseos nos abren al deseo de una plenitud y felicidad absolutas. Detrás de todo deseo late la búsqueda de una plena saciedad, pues ningún deseo cumplido nos deja plenamente satisfechos. Niestche lo decía de esta forma: “todo placer requiere profunda eternidad”. O sea, hay momentos en la vida que uno desearía que duraran siempre. Nunca nos conformamos con lo que tenemos, y esta no conformidad alimenta una esperanza inextinguible.

Finalmente, todo ser humano se hace preguntas, buscando una respuesta. El hecho de preguntar manifiesta mi limitación, mi necesidad, mi no saber. Pero, a la vez, la pregunta revela una pretensión, la de obtener una respuesta. La pregunta manifiesta mi esperanza de llegar a una situación en la que mi limitación sea remediada. Al manifestar mi limitación y finitud, la necesidad de preguntar termina en una pregunta distinta a todas las demás, la pregunta sobre uno mismo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué va a ser de mí? Esta pregunta, más que ninguna otra, busca una respuesta satisfactoria. El preguntar termina siendo una pregunta por la Vida y por el Todo, pues también el conocimiento quiere avanzar cada vez más hasta un estadio en donde no quede nada por saber.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat