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COMENTARIO AL EVANGELIO II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

9 enero, 2024

Jn. 1,35-42

La escena que la liturgia nos presenta este Domingo en el Evangelio es sin duda alguna una de las más estremecedoras: el encuentro de Jesús con sus dos primeros discípulos.

Jesús pasa, el profeta lo señala. Una mirada que se hace enseguida confesión. “Es el Cordero de Dios”… Es importante esa mirada, sin la cual los dos discípulos no habrían sabido qué pasaba ni habría sucedido todo lo que aconteció tras su paso. El Bautista simplemente miró, señaló y confesó… el resto lo hizo Dios.

Aquellos dos discípulos comenzaron a seguir a Jesús, repletos de búsquedas y de preguntas: el haber encontrado al Maestro de su vida, el comenzar a convivir con Él y a vivirle a Él. El Evangelio dará cuenta de todas las consecuencias de este encuentro, de estas búsquedas y preguntas iniciales.

El texto nos invita a reflexionar si en nuestro interior tenemos como prioridad esa búsqueda del Maestro que hace años mora dentro de nosotros y que debemos seguir buscando su mirada que nos sigue y anima para ir descubriendo caminos nuevos en nuestra vida consagrada.

Esta escena del Evangelio, así como otras muchas, está atravesada vivamente por el intercambio intenso de miradas; de Juan hacia Jesús, de Jesús a los dos discípulos, de los discípulos a Jesús, y finalmente es Jesús quien dirige nuevamente su mirada a nosotros.

Las miradas de Jesús no son miradas superficiales, sino profundas, que si le dejamos hacer conecta siempre en la intimidad de nuestro corazón. Es así como nosotros deberíamos aprender a mirarle a Él.

No cesemos de buscar la mirada de Jesús a través de la fe y también en las horas bajas de tristeza y desaliento. Jesús no se esconde para nadie si se le busca con sinceridad de corazón. Hace falta ser valientes y no tener miedo. Constantemente nos está diciendo: “Aquí estoy, aquí estoy”

Gna. María Villegas Bigas