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SER AMADA PARA SER OBEDECIDA

12 marzo, 2024

En su libro de las Constituciones, Santa Teresa decía a las Prioras algo que vale, en primer lugar, para todos los responsables de las comunidades de vida consagrada, pero cuyo alcance va mucho más allá: “procure ser amada, para que sea obedecida”. Si examinamos bien el consejo resulta que el problema con la obediencia no lo tienen los que deben obedecer, sino los que mandan: si quiere ser obedecida, el problema es suyo, procure ser amada. Y si es amada se situará en el terreno de la fraternidad, porque solo puede haber amor entre iguales. Paradójicamente entonces se dará la máxima obediencia, porque el que ama quiere complacer siempre al amado, quiere hacer la voluntad del amado. Fuera de la fraternidad no hay obediencia, hay dominio y superioridad.

Este sabio consejo vale, naturalmente para aquellas y aquellos por quienes ha sido directamente dicho, pero también para todos los cristianos en general. Porque solo donde hay amor, hay verdadera obediencia. Una obediencia libre, voluntaria, gustosa, que se adelanta a los deseos del amado, siempre presto a complacerle. Porque amar es complacer al otro, cumplir su voluntad. No hay nada que “ate” tanto como el amor. En todo matrimonio, que es el lugar de la más profunda y completa amistad, un diálogo como este que ahora expreso en términos muy coloquiales, debería ser el modelo de toda decisión: “cariño, ¿dónde quieres que vayamos de vacaciones?”; respuesta: “donde tu digas, amor”; y replica el primero: “no cariño, donde digas tú”. Siempre lo que quiera el otro. Eso es amar, unir la propia voluntad a la del otro.

Los problemas, en la vida religiosa y en el matrimonio, empiezan cuando no hay amor y entonces cada uno quiere imponer su voluntad. Todas las imposiciones son malas, porque rompen la igualdad que supone el amor y se sitúan en el plano de la superioridad. Y cuando aparecen los superiores siempre hay peligro, pues el que actúa como superior se impone y considera al otro como súbdito o inferior. Ese no es el modelo de Jesús de Nazaret, que nunca habla de superiores, sino de servidores. Para formar comunidades de amor en donde todos y todas sean servidores. Y donde todos son servidores, se sirven los unos a los otros en un plano de igualdad. Solo así puede darse el amor.

Hay una frase terrible y espeluznante de una famosa canción (no voy a poner el nombre del grupo que la cantaba) que dice así: “la mate porque la amaba, la maté porque era mía”. Ese es el gran error, la gran mentira: nadie es propiedad de nadie, aunque todos somos de todos, pero en otro sentido. Somos los unos de los otros porque dependemos de los demás en muchos aspectos, pero sobre todo porque somos hermanos, todos hijas e hijos del mismo Padre. Pero este “ser del otro” es mutuo y de esta forma queda suprimida en su raíz toda propiedad, para dar paso al respeto, al cuidado, al amor.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat