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RETIRO VII – VIVIR EN LA PRESENCIA

6 agosto, 2023

Acompañando a Jesús en su recorrida anunciando que el Reino de Dios ha llegado, lo encontramos una vez más en casa de Marta y María. Dos mujeres que, sin duda, estuvieron presentes aquella mañana de la Resurrección, con las que llamamos Mujeres del Alba.

Podríamos preguntarnos ¿encuentro casual o buscado?

Leemos el texto:

“Yendo de camino, entró Jesús a un pueblo, Betania, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana que se llamaba María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar su palabra. Marta, en cambio, estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa. En cierto momento se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Señor, no te da nada que mi hermana me deje sola para atender? Dile que me ayude”

Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas. En realidad, una sola es necesaria. María escogió la mejor parte, la que no le será quitada.” Lc. 10, 38-42

Nos introducimos en la escena que nos describe Lucas. En el diálogo se percibe un clima de confianza y familiaridad.

Si observamos en detalle el Evangelio de Lucas, todos los encuentros de Jesús con estas mujeres tienen lugar dentro de su casa. Se afirma también que estas fueron las mujeres con quienes, después de su madre, Jesús mantuvo mayor vínculo.

¿Qué puede significar “entrar en el interior de la propia casa”?. Mariola López en su libro “Ungidas” señala: “Entrar en la casa es entrar en la propia profundidad e intimidad. Ser nosotras mismas, sentirnos lo que somos realmente sin apariencias ni temores. La casa es el lugar donde las cosas pueden ser lo que son, sin esconder nada. Anhelamos cobijo y cercanía. Afecto, sensibilidad, presencia y ternura. La propia casa simboliza esas instancias profundas que hay en cada una de nosotras. Marta y María reciben a Jesús en su propia casa: En lo profundo de la realidad de cada una.

Hoy vamos a detener nuestra mirada en María, la que se sentó a los pies de Jesús para escucharlo, la que le dejó entrar en su interioridad, la que allí en lo hondo vivió y disfrutó de la de la Palabra y presencia del Maestro.

Muchos místicos a lo largo de la historia de la espiritualidad de la Iglesia han presentado diversas imágenes, metáforas, para explicar y darnos a entender sus experiencias, caminos, itinerarios y metas a alcanzar de la vida interior y de la oración.

Santa Catalina de Siena (Terciaria dominica del siglo XIII) obligada y presionada por sus padres que la querían unir en lo que consideraban un ventajoso matrimonio, busca un escape para no herirlos y a la vez mantenerse fiel al llamado que en su interior sentía que Dios le hacía.  Catalina presenta la imagen de la celda interior, o celda del alma, o del conocimiento interior.

Al actuar de esta forma, tratando de habitar en una celda interior, Catalina quería gustar de la soledad como ámbito de comunicación e intercambio con Dios en trato de amistad, sin desdeñar el servicio a los hermanos, pues la mística celda interior podía llevarla consigo, donde quiera que fuera. Esto permite una continua presencia de Dios que hoy en nuestro tumultuoso siglo XXI también se nos recuerda.

“María, se sentó a los pies del Señor para escuchar su palabra” y en el silencio de su celda interior guardaba todo lo que el Maestro decía.

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