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EL TRISTE CAMINO DE EMAÚS

21 abril, 2023

El camino que va hacia Emaús, tantas veces idealizado, en realidad es un camino triste (Lc 24,17). Los que van hacia Emaús se alejan de Jerusalén. En Jerusalén está la comunidad de los discípulos. Alejándose de ella se camina cabizbajo, perdido, sin comprender nada de Jesucristo. No es ocioso preguntarse por qué esos dos que caminan hacia Emaús han abandonado la comunidad. ¡Cuántos han dejado la Iglesia porque allí no encontraban a Jesucristo, o porque no entendían nada, o porque entendían lo que nunca debieron entender y quizás no por culpa suya, o porque estaban escandalizados por la cruz! Todos ellos necesitan reencontrarse con una Iglesia renovada, más transparente, más fiel.

Camino de Emaús la gente va desencantada. Unos hablan de sus decepciones, otros de sus falsas ilusiones. Todos esperan. Cada uno lo expresa como puede: “Nosotros esperábamos… pero, con todas estas cosas…” (Lc 24,21). Unos buscan la respuesta en la política, en la liberación de Israel (Lc 24,21); otros en el afecto, en el trabajo, en el arte, en la diversión… Todos esperan, sin saberlo quizás, la felicidad, la salvación. Todos desean encontrar: las mujeres van al sepulcro, pero no encontraron el cuerpo (Lc 24,3); Pedro también va al sepulcro, pero no encontró más que lienzos (Lc 24,12). Los discípulos que van hacia Emaús, Cleofás y su compañero, están al corriente de estas búsquedas y saben que “a él no le vieron” (Lc 24,24). Entrar en el camino adecuado para un auténtico encuentro requiere descubrir y escuchar qué quiere encontrar cada uno. Es importante saber también dónde está la dificultad para el encuentro, dónde la ceguera (Lc 24,16), dónde el miedo, dónde la duda (Lc 24,37-38).

El episodio de los dos discípulos que van hacia Emaús acontece cuando Jesús ya ha resucitado, o sea, en el tiempo de la Iglesia. La situación que narra es similar a la nuestra. En el tiempo de la Iglesia el Señor ya no es visible. Y, sin embargo, el invisible está presente en la Iglesia. Allí se le puede encontrar y seguir. Cuando ella toma el pan, pronuncia la bendición, explica las Escrituras, vive la fraternidad, da testimonio de él, Jesús sigue presente y operante entre los suyos. Al repetir estos gestos nos estamos uniendo a él, identificando con él, siguiéndole.

Jesús resucitado se hace presente en la escucha de la Palabra y en la fracción del pan. La escucha de la Palabra y el sacramento son dos dimensiones de una misma realidad que nos introduce en el misterio de Cristo. Ambas se complementan y se apoyan mutuamente. La comprensión de la Escritura y la participación en el sacramento producen una conversión, una nueva comprensión de Jesucristo resucitado. Ya no se trata de lo útil que nos puede ser Jesús, de lo que nos puede aportar, de lo que podemos ganar o perder. Jesucristo empieza a ser deseable por sí mismo: “Quédate con nosotros” (Lc 24,39), aunque su presencia siempre se nos escapa: cuando los ojos se abren, él desaparece (Lc 24,31). Queda un vacío lleno de esperanza.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat