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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL III DOMINGO DE PASCUA 2023

18 abril, 2023

¡Qué relato tan hermoso el que nos regala Lucas con “El Camino de Emaús”! Y digo bien, no es ciertamente como decimos habitualmente “Los discípulos de Emaús” porque sería suponer de antemano que aquellos dos peregrinos ya estaban anclados afectiva y espiritualmente en “su Emaús”, nombre que curiosamente significa “un pueblo repulsivo, feo, horroroso”.

Afortunadamente, aun cuando iban exterior e interiormente hacia allá, (la vida nos hace recorrer estos senderos en nuestros propios territorios y acontecimientos familiares, laborales, etc.), el encuentro con Jesús a medio camino los hizo releer y resignificar sus vidas, sus expectativas y experiencias para “volver a Jerusalén”, al lugar de la luz, al lugar donde el resucitado habría de manifestarse según las escrituras, hacer realidad la expectativa mesiánica de todos sus seguidores.

Lucas nos regala un dato curioso en medio de este relato vital, una distancia de 11 km separa, por un extremo, el regocijo de creer, de abrazar un ideal personificado en alguien que mueve el alma y hace sentirse lleno de Dios; y por el otro, la desilusión de haber confiado, creído y apostado por alguien que hizo añicos la esperanza al no manifestarse de acuerdo a las expectativas previstas desde un corazón humano que solo puede vislumbrar ciertas coordenadas terrenales. ¡Qué situación tan dramática la del corazón del hombre!, reconocer que vive cotidianamente esta tensión entre: a) apostar y dejarse guiar -no sin sobresaltos- por una vida llena de Dios, de luz, que compromete a irradiar lo recibido y b) permanecer abrazados a ciertos desencantos, “seguramente melancólicos” que nos sumerge en la tristeza, en la oscuridad y cierra a un interior que se apaga lentamente.

No es por equivocación que Lucas nos presenta a los dos personajes que viven esta experiencia, Cleofás y el otro discípulo, es interesante, porque Cleofás quiere decir “el totalmente cerrado, el que se desmorona, el hundido”, y si por un instante nos atenemos al famoso dicho “dime con quien anda y te diré quién eres”, no podemos más que suponer que “ese otro” estaría en la misma situación, ¿para qué darle nombre entonces?, si hasta Lucas nos sugiere que ocupemos su lugar… ¿Seremos acaso nosotros “ese otro”?, sin dudas no podemos quedar indiferentes y urge tomar el lugar que nos corresponde en esta historia, solo así entenderemos y viviremos la experiencia con el resucitado.

Cabe preguntarnos entonces cuáles son nuestros caminos hacia Emaús y en todo caso cómo han sido nuestros retornos a Jerusalén y si en este espiral dialéctico de nuestra vida de fe vamos consecuentemente acercándonos de un modo más genuino a la experiencia de Dios al ir animosamente a contarle a nuestros hermanos que Cristo, se ha quedado en nuestra casa, ha partido el pan con nosotros y que nos ha mostrado un modo distinto de interpretar las escrituras en nuestra propia existencia.

Si seguimos profundizando sobre el eco que puede tener en nuestra vida, este relato podemos decir que tiene cuatro momentos que podemos tomar como un camino de conversión constante hacia Dios, en el fondo siempre es eso, “caminar hacia Dios con un corazón que se va haciendo más parecido al de Jesús”. Por eso es posible decir que Jesús resucita en nuestra vida cada vez que realizamos este camino tan breve y a su vez tan largo, tan intenso y de tantos claroscuros; a) la desilusión e incomprensión de aquello que esperamos de Dios, su actuación, su palabra, su consejo y que de algún modo a nuestros oídos enmudece, a nuestro entendimiento se hace inaccesible, a nuestra vista se vuelve un espejismo y esquivo a nuestro interior sediento de respuestas, pero poco acogedor, b) el encuentro pedagógico, paulatino y de crecimiento que abre el corazón a lo que Dios nos invita a vivir, que se da cuando somos capaces de dejarnos “alcanzar por Jesús” como hizo en ese camino, pero que requiere previamente una especie de catarsis personal para sacar de uno mismo todo aquello que lo llena de inseguridades, de frustraciones, de miedos, para dejarse llenar por la nueva palabra de Jesús que se viabiliza, a través de personas concretas que nos presentan una señal, una clave de lectura de nuestra vida, de los acontecimientos, c) la experiencia intensa de su presencia que se expresa en gestos concretos que revelan su amor y entrega, a veces exteriorizado en los momentos de oración, en las celebraciones, en los retiros, pero también en aquellas experiencias donde “partir el pan” también expresa el donarse a los otros y sentir en esa entrega el poder del amor de Dios actuando, transformando vidas, la nuestra y la de los demás y, d) finalmente la incontenible necesidad de contar a los demás la propia experiencia de Dios, que no se agota en los gestos, palabras y acciones previas por más que sean en sí mismas reveladoras de un amor incondicional, sino que anima, impulsa y obliga a mirar el mundo con colores nuevos, con una óptica desde el resucitado, con un corazón resucitado.

¡Qué hermosa experiencia la de aquellos discípulos!, ¡qué fundante debió ser para la fe de aquellos primeros cristianos, relee en comunidad los noveles evangelios y reflexionar las experiencias con el resucitado en clave contextual, intentando llevarlas, adecuarlas, integrarlas a su vida personal de manera cotidiana!

Nosotros hoy tenemos la misma necesidad y la misma dicha, el Señor Jesús no ha dado privilegios a ninguno para conocerlo. Para sentirlo presente a todos nos anima a recorrer nuestros propios senderos. No hay privilegiados ni favoritos en la resurrección de Jesús, solamente personas que tengan la decisión de dejarse “alcanzar” por el resucitado, pero ya vemos, no en soledad, sino al menos de a dos, sin importar nuestros temperamentos, desencantos o frustraciones pasajeras…

Porque la fe se vive y fortalece en comunidad y cuando hay dos o más reunidos, allí está él haciendo posible “la sinergia del amor”. Solo en esos momentos podremos decir, Jesús está resucitado, sin importar el momento del año ni la etapa de nuestras vidas, porque en todo caso, sabemos que Jesús resucitó de una vez para siempre.

Juan Aliaga, Uruguay.

Provincia «Santa Rosa de Lima»