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CUERPO DEL RESUCITADO EN LA EUCARISTIA Y LOS POBRES

9 junio, 2023

Los cincuenta días que siguen al domingo de Pascua debemos considerarlos “el gran domingo”, la gran fiesta con la que la Iglesia celebra la victoria de su Señor sobre la muerte. La fiesta del “santísimo cuerpo y sangre de Cristo”, más conocida como “el Corpus”, nos recuerda que esta victoria del Señor no es un acontecimiento del pasado, sino un acontecimiento siempre presente, tal como él mismo prometió poco antes de subir al cielo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Pablo VI, en su encíclica Mysterium fidei (nº 4) afirma “que por el misterio eucarístico se representa de manera admirable el sacrificio de la Cruz consumado de una vez para siempre en el Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el perdón de los pecados”. El verbo “representar” no tiene sentido imitativo, sino el sentido fuerte de presentar de nuevo, hacer presente otra vez, por medio de la celebración, el misterio de la Pascua. El sacrificio de la Cruz se realizó una sola vez, pero el sacramento lo actualiza cada vez. Gracias al sacramento de la eucaristía, la Pascua de Cristo se nos hace presente. En esta línea hay que interpretar estas palabras de San Pablo en 1 Cor 11,26: “cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga”.

Es importante caer en la cuenta de que el adverbio: “cada vez”, que san Pablo utiliza para indicar la presencia del Señor en la eucaristía, es el mismo adverbio que Jesús utiliza para afirmar su presencia en los hermanos más pequeños y necesitados: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El mismo cuerpo del Resucitado presente en la eucaristía vive en la Iglesia, siendo los pobres la expresión privilegiada de su presencia.

La relación entre estas dos presencias san Pablo la pone de manifiesto en la segunda parte del capítulo 11 de su primera carta a los corintios. En aquella comunidad había divisiones y conflictos porque los bienes no estaban bien repartidos y así, mientras los pobres pasaban hambre, los ricos tenían de sobra. Y, sin embargo, participaban en la misma eucaristía. San Pablo denuncia, con palabras fuertes, esta incoherencia: no es posible reconocer a Cristo presente en su cuerpo eucarístico si no se le reconoce presente en su cuerpo eclesial, siendo los pobres la expresión privilegiada de este cuerpo eclesial.

La comunión eucarística y la comunión eclesial son indisociables. En su exhortación sacramentum caritatis (n. 82), Benedicto XVI dijo que “en la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros”. En efecto, si la eucaristía nos une con Cristo, necesariamente nos une con todo su cuerpo, que es la Iglesia. Y en el cuerpo “los miembros más débiles” deben ser tratados con mayor honor (1 Cor 12,22-23).

Martín Gelabert Ballester OP

Fuente: nihilobstat