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COMENTARIO AL EVANGELIO XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

12 septiembre, 2023

Evangelio según san Mateo 18,21-35

Los diferentes textos de este 24º domingo del tiempo ordinario del año A sometidos a nuestra meditación nos hablan de perdón. El perdón es un tema que toca y empuja, que trastorna y desconcierta al hombre y a todo el ser. Sobre todo cuando Dios pide perdonar todo y perdonar en todo momento. Cf. Mt 18,21-22 “Señor, cuando mi hermano comete pecados contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarle? ¿Hasta siete veces? -preguntó Pedro. No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Responde Jesús”. Se trata, pues, de la gran misericordia de Dios.

Sí, Dios es misericordioso y en este punto todas las religiones están de acuerdo. La misericordia es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que se reveló al hombre. La misericordia está en el centro del mensaje evangélico. Es una actitud divina que consiste en abrir el corazón, abrir los brazos. Dios se entrega, acoge, perdona siempre y en todo tiempo. Dios, nuestro Dios, es misericordioso, es perdón y sobre esto todo coincide.

Sin embargo, el evangelio de hoy nos dice mucho sobre la misericordia de Dios. Debe despertarnos de nuestra somnolencia, de nuestra comodidad de ver en Dios, un Dios que perdona cada vez que se lo pedimos. La parábola que Cristo nos propone en este 24º domingo del tiempo ordinario nos refiere en sus versos 23 a 35 que Dios ciertamente nos perdona, pero con condición. Él quiere nuestra participación. Lo exige e incluso impone un castigo a tal efecto. Nuestro Dios es exigente y lo sabemos bien. Nuestro Padre nos perdona sí, pero puede retractarse de su perdón. Cristo nos hace esta gran revelación sobre Dios a través de esta parábola. Así, el perdón y la misericordia otorgados a nuestro prójimo es la condición sine qua non (indispensable) para recibir el perdón y la misericordia de Dios. El hecho es que el solo hecho de pedir perdón a Dios no es suficiente para recibir este perdón. La parábola nos dice que Dios puede retractarse de su perdón, ya dado si su acto no se contagia de nosotros y de nuestras acciones. Cf. Mt 18,33-35 ¡Siervo malo! Te perdoné toda esa deuda porque me suplicaste. ¿No deberías, a tu vez, tener piedad de tu compañero, como yo mismo tuve piedad de ti?… ». Es verdad que Dios es misericordioso, pero también es verdad que la misericordia de Dios no se ejerce sin nosotros. De hecho, esto nos demuestra hasta dónde llega la sinceridad de nuestro acto.

Hagamos un guiño en la primera lectura de este día (Si 27,30-28,1-7). Será muy interesante leerlo en paralelo con el evangelio. Le sugiero que lo haga. La parábola del evangelio es el caso práctico de este texto. En este texto, el autor sagrado relata las causas que impiden al hombre pedir perdón a su semejante y recibir el perdón de Dios. Cf. Si 28,3-5. También presenta las múltiples razones por las que el ser humano debería ofrecer sin contrapartida el perdón a su hermano y beneficiarse de la misericordia de su creador, cf. Si 28,1-2 y 6-7.

Recordemos, pues, que gracias al perdón el hombre es dueño de su alegría. Nadie ni nada puede quitárselo. Es todo lo contrario cuando uno se niega a perdonar. Cuando elige mantener la ira o el rencor dentro de él, su alegría desaparece rápidamente y en cualquier momento. De hecho, el simple hecho de escuchar o ver el nombre de la persona con la que uno está en problemas le deja su alegría y la sonrisa en sus labios. Por grande que sea esta alegría. El perdón es, pues, la llave de la verdadera alegría. Abre el corazón de cada hombre a la vida. Su uso depende de cada persona. No se desgasta ni perece. El perdón es para siempre. El perdón hace crecer al hombre y lo libera. Por eso Dios, nuestro Padre, exige que para concedérnosla tengamos que darla a los demás. Con el perdón Jesús nos muestra que nuestro amor al prójimo es primero que el amor a Dios.
Que la Virgen de la Anunciata, nuestros fundadores San Domingo y San Francisco Coll nos obtengan de Dios la gracia de saber perdonar a quien nos ofende para ser verdaderos y gozosos discípulos de su Hijo, en nuestras comunidades y misiones.

Hna. Benedicta N’CHO