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Hoy la Madre Iglesia nos da la oportunidad de celebrar la gran comunión de los santos, hombres y mujeres que nos han precedido a lo largo de los tiempos. La fiesta de Todos los Santos es una fiesta que reúne en torno a Jesús a todos los que aman y aceptan poner en práctica la Palabra de Dios.

En la liturgia de la Palabra, el Apocalipsis de San Juan nos presenta la imagen de «una gran multitud que nadie podía contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas»; esta multitud, que Juan vio en su visión, pertenecía a Dios y, mediante el sello del Bautismo, seguía a Jesús por el camino que nos trazó al proclamar las Bienaventuranzas. Impulsados por la esperanza de ver a su Maestro y Salvador, aceptaron pasar por las pruebas que los purificaron y contemplaron la gloria de Dios para siempre.

En la segunda lectura, San Juan nos dice que ahora somos hijos de Dios, pero esta filiación será una realidad en nuestro encuentro final con Cristo.

En el Sermón de la Montaña, Jesús inaugura su misión pública con una enseñanza que nos llama a la felicidad eterna y a la alegría que viene de Dios.

En su enseñanza, Jesús nos ofrece los principios a seguir. No se trata de un tranquilizante espiritual destinado a hacernos aceptar las dificultades que encontramos en nuestra vida cotidiana, sino que es un camino que cada uno de nosotros está llamado a seguir libremente, y es el camino que debemos seguir y el ejemplo que debemos imitar.

Los santos que hoy celebramos lo entendieron y se pusieron en su escuela. Lavaron sus ropas en la sangre del Cordero y acordaron permanecer siempre fieles a él. Siguiendo su ejemplo, seamos portadores de alegría en esta sociedad de violentos, intolerantes, exigentes, etc., como ellos, seamos mujeres y hombres de paz, de compartir y de ayuda mutua, dispuestos a sustituir nuestra mentalidad egoísta por una mentalidad fraternal.

Hna. Euphrasie AKIMANIZANYE

Vicariato Saint François Coll