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CARTA DE NAVIDAD 2023

23 diciembre, 2023

Prior provincial de la Provincia de Hispania, Fr. Jesús Díaz Sariego

«Señor, ¡danos la Paz!»

«¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra
paz a los hombres que él ama!» (Lc 2, 14)

Queridos hermanos,

La Paz es un anhelo que la humanidad precisa para recuperar su dignidad. En cada Navidad recordamos la confianza del profeta Isaías: «Yahvé, tú nos pondrás a salvo» (cf. Is 26, 12). Esta interpelación profética se vuelve uno de los cantos más elocuentes de la Navidad: «Señor, ¡danos la Paz!». Una pieza coral compuesta entre los siglos XVII y XVIII inspirada en un texto latino antiguo que dice: «Señor, danos la paz en nuestros días, porque no hay nadie que luche por nosotros, sino Tú, Dios nuestro». Isaías marcó una historia espiritual sobre los anhelos de paz que perduran hasta nuestros días. El pueblo de Israel acudía a Dios cuando sus fuerzas eran incapaces de lograr la paz deseada, al verse vencido por sus contrarios. El Nuevo Testamento, retomando esta tradición espiritual, le otorga a la paz la fuerza mesiánica encarnada en Jesucristo. Es la paz total y definitiva la que se anhela, aunque vivida en unas circunstancias históricas concretas. La experiencia mesiánica adquiere, en la actualidad, todo su valor.

De todos es sobradamente conocida la realidad bélica en la que nos encontramos. Las guerras entre pueblos y naciones siguen siendo, por desgracia, una realidad demasiado frecuente. No somos ajenos, igualmente, al alto nivel de crispación en el que nos encontramos en nuestro contexto más próximo. En la vida comunitaria no estamos exentos de agresividad, aquella que nos hiere en las relaciones fraternas. Los despropósitos suscitados por el no adecuado manejo de las ideas y emociones generan entre nosotros actitudes poco fraternas; más bien inmaduras, por la rudeza de los comportamientos nada amigables que reproducen. Las personas, cada vez más tensionadas por la vida, experimentan en su propio interior una violencia añadida que no siempre son capaces de manejar adecuadamente.

«Señor, ¡danos la Paz!» es la petición que responde, por tanto, al deseo profundo que tenemos los humanos de acariciar la paz interior, tan necesaria para el equilibrio de las personas. Pero también al anhelo manifiesto de expresar la deseada armonía en la convivencia fraterna que hacemos, a su vez, extensible a toda relación interpersonal y a las relaciones de los pueblos y culturas entre sí. Nos inquieta sobremanera la falta de paz en las diversas formas de relación que establecemos. Ante esta carencia resulta necesario celebrar un año más la Navidad y volver de forma más intensa a sus mensajes de paz. La experiencia nos pone ante nuestros ojos la cruda realidad de su clamorosa insuficiencia en todos los órdenes: social, interpersonal y personal.

La Paz y el Amor de Dios van de la mano

Retomamos la experiencia religiosa del evangelista san Lucas: «¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que él ama!» (Lc 2, 14). Lucas relaciona estrechamente la paz entre los hombres con el amor de Dios. Queremos adentrarnos en el misterio que tal experiencia religiosa describe, para profundizar aún más en las implicaciones de la fe en un Dios que nos transmite la Paz porque nos ama. Se hace carne como nosotros, menos en el pecado, por amor.

La paz, además, configura la personalidad y amaina el carácter, cuando el amor de Dios se experimenta de veras en la propia carne; el amor divino, por otro lado, se vuelve acción, realidad y compromiso en las relaciones interpersonales y sociales porque promueve ‘la paz universal’. Entre su amor y la paz, por lo tanto, hay un vínculo que debemos considerar. Sin paz no hay amor deseable entre Dios y los hombres, pero tampoco entre los humanos; al mismo tiempo, sin amor no hay paz posible en la tierra. Tampoco gloria a Dios en lo alto que pudiera pronunciarse de forma auténtica y coherente. La experiencia lucana, recogida de forma sintética en el versículo indicado, tiene más enjundia de la que parece. No es una mera expresión entrañable para el tiempo de Navidad. Es más que una manifestación de un deseo legítimo y necesario. Es la mirada atenta de quien conoce en profundidad la naturaleza humana y sus carencias.

La percepción evangélica de Lucas se vuelve exigente, especialmente minuciosa, para nosotros en todos los ámbitos de la vida. Os invito en esta Navidad a reflexionar sobre la Paz evangélica que se nos propone. Una reflexión que nos comprometa y, por lo tanto, que nos lance a dar un paso más en nuestro camino vital y vocacional de conversión. Hemos de seguir dando ese paso, es urgente y necesario. No es un capricho ni un mensaje melifluo de este tiempo navideño en el que nos encontramos. La expresión evangélica es una invitación al cambio radical de nuestras vidas. ¿Cómo es posible dar gloria a Dios en lo alto, alabarlo y predicarlo, si en la tierra -en nosotros y entre nosotros- habiendo sido amados por Dios no hay paz? Si no hay paz en el mundo es porque no hemos experimentado del todo el amor que Dios nos tiene y las consecuencias que de ese amor recibido y percibido se derivan.

Necesitamos, por ello, de las mejores fuentes espirituales, para lograr comprendernos adecuadamente a nosotros mismos y a los demás en esta experiencia lucana. También para encontrar los mejores argumentos que nos ayuden a predicar mejor el mensaje navideño en su plena manifestación de Paz.

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