NOTICIAS

BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO IV

30 mayo, 2019

Este es un espacio que está pensado para llegarnos una y otra vez a las fuentes del carisma y beber de sus aguas refrescantes. Si bien el lenguaje del siglo XIX en que están escritas puede sonar un poco lejano, vale la pena el intento: al decir de fray Marie-Dominique Chenu OP «el recuerdo del pasado, el regreso a las fuentes, es siempre un regreso a la fuerza creadora».

Para facilitar el acercamiento a estas fuentes antiguas, hemos elaborado artículos breves que incluyen una puesta en contexto y una intuición o sugerencia para la reflexión, de modo que nos inviten a traer el mensaje del Padre Coll y su carisma a nuestra actualidad.

Hna. Luciana

¿POR QUÉ LLORABAS, PADRE COLL?

Entre las muchas misiones que predicó el Padre Coll hay una, la de Balaguer (Lérida), que está particularmente documentada. Fue una misión larga, de dos meses de duración, donde tanto Francisco como sus compañeros misioneros (pues gustaba siempre de misionar en equipo) lograron lo que hoy llamaríamos una gran conexión con el pueblo. Solía ocurrir que, al final de la misión, la gente no quería despedirse de los predicadores y les embargaba a todos una profunda emoción. Esta vez no fue la excepción. Así quedó escrito en el Llibre Verd de las cosas memorables acaecidas en Balaguer, al llegar al momento del último sermón:

 «Pero fue notable lo que sucedió en el mencionado Sermón porque al final del mismo, despidiéndose nuevamente el Reverendo Padre Francisco Coll, que fue el Orador, de sus oyentes [y encomendándoles en su ausencia a la portentosa Imagen del Santo Cristo Crucificado], prorrumpió todo el numeroso Auditorio que no cabía en la Iglesia en un llanto tan grande y estrepitoso que llegó a sofocar y apagar la fuerte y entonada voz del Predicador. Bien es verdad que se esforzaba en gritar y contener las lágrimas de sus oyentes, pero todo fue inútil, porque éstos lloraban más y más, de una manera tan sentida y con un clamoreo tan grande, que el virtuoso Padre Misionero tuvo que interrumpir y concluir el Sermón, y bajando del púlpito se retiró a la Capilla del Santísimo [de la iglesia] del Santo Cristo donde lloró también amargamente» (Testimonios, p. 315).

De este texto podemos rescatar varias impresiones: el cariño del pueblo, lo especiales que habían sido para ellos esos numerosos días de misión, como una verdadera «visita de Dios» a su ciudad y a sus vidas… También podemos sacar conclusiones sobre la personalidad del Padre Coll: su entrega en la predicación, su calidez humana y la empatía que lograba con la gente. Pero queremos quedarnos con un detalle: Francisco  no pudo contener el llanto y, discreto, se retiró a la capilla donde lloró también amargamente.

¿Por qué llorabas, Padre Coll? Nos asomamos ahora a los secretos de tu corazón. Llorabas por la emoción contagiosa de la despedida, por el afecto de la gente… Sin embargo, ya estabas de algún modo acostumbrado a vivir esas despedidas, pueblo a pueblo ocurrían expresiones similares … Como buen misionero, sabías que era necesario partir, que no podías quedarte detenido en un solo lugar. Por eso creemos que había algo más en tu corazón, y no eras tú mismo, tu éxito, o tu sufrimiento por la despedida. Era aquella experiencia de Jesús: «El vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas» (Mt 9, 36). Te conmovía  la gracia de haber podido predicar la Palabra, y ser testigo de la luz que esa Palabra derramaba en las vidas, y a la vez el sufrimiento de no poder multiplicarte para apagar la sed de tantas almas… ¿Habremos nacido, en parte, las Hermanas, de aquellas tus lágrimas, tus deseos de permanecer en cada uno de los pueblos donde sembrabas la Palabra?