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COMENTARIO DEL EVANGELIO – V DOMINGO DE CUARESMA CICLO B

12 marzo, 2024

En este Quinto Domingo de Cuaresma, Año B, Jesús utiliza la parábola del grano de trigo para exhortarnos a dar de nosotros mismos por el bien de los demás: «En verdad os digo que, si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto», es lo que dijo el Maestro a sus discípulos Felipe y Andrés. De hecho, los griegos, que eran paganos, se habían sentido atraídos por la fe monoteísta de los judíos. Fue durante una peregrinación a Jerusalén para adorar a Dios cuando algunos de ellos decidieron ir a ver a Jesús. Vieron a Felipe y le preguntaron: «Nos gustaría ver a Jesús». Felipe y su fiel compañero Andrés actúan como intermediarios para presentar a Jesús la petición de estos forasteros. Aquí, San Juan quiere que sepamos que fue a través de la predicación de los Apóstoles como estos griegos paganos pudieron ver a Jesús. Pudieron verlo por la fe a través del Evangelio que se les predicó. Quieren conocer y saludar a aquel de quien todos hablan.

Pero sabemos que, en el Evangelio según San Juan, ver no es asistir a un espectáculo, no es satisfacer una curiosidad. Cuando san Juan utiliza esta palabra, sugiere rápidamente que se trata de una mirada profunda, una mirada de fe sobre Cristo. El Espíritu de Dios les había precedido, como el Ángel del Señor que condujo a los pastores hasta el Niño Jesús en Belén. Con su presencia, confirmaron que Jesús es el Señor del Universo. Él es el Dios verdadero, a quien todos estamos llamados desde ahora a adorar y glorificar. A través de estos pocos griegos simpatizantes del judaísmo, todas las naciones paganas manifiestan su deseo de acercarse a Jesús, única Fuente de Salvación.

A través de Felipe y Andrés, vemos la mediación de los testigos, de la comunidad de discípulos. Gracias a ellos, los forasteros, es decir, todos los que están fuera de la comunidad creyente, pueden a su vez llegar a la fe. A primera vista, Jesús parece totalmente desinteresado por la petición que le hacen Felipe y Andrés. La verdadera respuesta de Jesús llega al final de un largo desarrollo: «Y cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». A través de su elevación a la Cruz y al Padre, Jesús se convertirá en fuente de salvación para todo el universo. En ese momento, reunirá no sólo a unos cuantos griegos de paso por Jerusalén, sino a todos los hijos de Dios dispersos. Para llevar a cabo esta misión, Jesús debe aceptar pasar por la muerte como el grano de trigo que da fruto después de desaparecer en la tierra. Esta condición de fecundidad necesaria para Jesús lo es también para sus servidores.

Al aceptar seguir a Jesús por el camino que pasa por la muerte, los discípulos podrán entrar con Él en la gloria de su Padre. Y es a partir de esta resurrección que la Buena Nueva llegará al mundo. En esencia, Jesús es el grano de trigo que fue sembrado en el campo del mundo y que dará mucho fruto después de la muerte. Con su muerte, Jesús dará mucho fruto, y es más entre los paganos, a los que se ha abierto la salvación, donde veremos esta enorme contribución a la gloria del Mesías. Sí, Jesús es el don de Dios por excelencia, y es a partir de este don del Hijo de Dios que será posible el don de los cristianos. En efecto, en Jesús, Dios se entregó perfectamente, se entregó sin reservas, se entregó totalmente.

El don de Jesús es, por tanto, un don heroico, y consiste en dar la vida por los hermanos, en entregarse por los que amamos. Jesús lo dice claramente con estas palabras, de nuevo en el Evangelio según san Juan: «Nadie me quita la vida; yo tengo el poder de darla y de quitarla». Toda la existencia de Jesús, desde la Encarnación hasta la muerte, consiste en darse a sí mismo. Ése es el verdadero amor. Ese amor sólo puede transformar a la persona amada, que a su vez transformará a otra persona amada. Y así sucesivamente, el mundo entero será incendiado por el fuego del amor de Jesús. Así pues, también nosotros debemos aprender o buscar lo que damos a Dios, pero sobre todo lo que damos a nuestros hermanos y hermanas, buscando siempre morir a nuestro orgullo, a nuestra complacencia, etc., para poder dar libremente. Por tanto, estamos invitados a dejarnos tocar por el don de Dios, por este Amor Divino, para transformar el mundo por el Amor. Sí, sólo el Amor puede transformar el mundo. Que el Espíritu de Dios nos ayude a transformar el mundo por el Amor. Amén.

Hna. Marceline KINDJINOU

Comunidad de Kpakpamè-Benin.