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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO VII

27 junio, 2019

ARTESANO DE LA PAZ

En la vida de Francisco Coll los desafíos comenzaron temprano. Cómo sería su carácter de valiente y emprendedor que, con solo 27 años, siendo un joven sacerdote, su Obispo decide mandarlo a uno de los puntos más conflictivos de la diócesis en aquel tiempo de guerra civil. Se trataba de la villa de Moià, recientemente incendiada, con más de 120 muertos y 300 casas destruidas de las 500 que componían la población. La actuación de Francisco estuvo a la altura de las circunstancias. Se multiplicó para llegar a todos, y especialmente para desarraigar el odio y el resentimiento que habían anidado en los corazones a causa de tanta violencia. De aquellos momentos da testimonio Isidro Dalmau, sacerdote que, como dice él mismo, tuvo «la dicha de conocerle y tratarle tan de cerca…».

 Sobre los años que el Padre Coll estuvo de Vicario en la parroquia de Moià, declara: «Puedo asegurarle que dicho señor trabajó incansable catequizando a los niños, predicando, confesando, asistiendo a los enfermos y socorriendo a los necesitados. Fue para esta parroquia un ángel de paz; cabalmente vino de Vicario poco tiempo después del incendio y destrucción que sufrió esta villa en la guerra de los siete años. En aquellos días, en que tan exaltados estaban los ánimos, etc., con su ejemplo, predicación, celo por la gloria de Dios y santificación de las almas, (…) y con sus familiares conversaciones dulces y amables, apagó muchos odios y llevó la paz a muchas familias, de modo que, aunque las personas agraviadas viesen a sus enemigos, no hubo venganza alguna particular[1]».

El empeño de San Francisco Coll en favor de la paz no fue casual ni coyuntural. Había penetrado en la dinámica de las bienaventuranzas: «bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt. 5,9). Era una de sus opciones de vida y le dedicó tiempo y sus mejores talentos. Se convirtió en uno de aquellos artesanos de paz de los que habla el Papa Francisco, que no pretenden «ignorar o disimular los conflictos, sino ‘aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso’. Se trata de ser artesanos de la paz, porque construir la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza» (GE 89).

El Papa culmina la cita con estas palabas: «Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad». Cuando se cumplieron los 150 años de aquel incendio, bautizado en catalán la crema de Moià, se organizó un acto de recordación. Un historiador[2] relató los hechos acontecidos y cómo el pueblo pudo reconstruirse después de este terrible golpe. Y apuntaba tres factores decisivos para la reconstrucción: la ayuda de los moianeses que vivían en Barcelona, el empuje propio de los habitantes de la villa, ¡y la labor pacificadora del Padre Coll!

Hna. Luciana Farfalla

[1]Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, p. 703.

[2] Rossend Casallarchs, «150 anys de la crema de Moià»