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QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A

4 febrero, 2020

Domingo, 9 de febrero de 2020

Llamados a hacer crecer  el Reino de los Cielos

El profeta Isaías en la primera lectura de este domingo, describe al Mesías, de quien espera la liberación: será un servidor capaz de cargar sobre sí el pecado del hombre. También interpela a todo el pueblo para que entre en una actitud de servicio. Si asume esto, Israel responderá realmente a la misión que Dios le ha confiado en el mundo. Es también a partir de aquí que podrá convertirse en luz para las naciones como se dice en el versículo 7: «Comparte tu pan con quien tiene hambre, acoge en tu casa al pobre sin hogar… Entonces tu luz surgirá como el amanecer». Estamos invitados a tener una mirada compasiva hacia los que no tienen voz en nuestra sociedad. No podemos amar a Dios sin amar a nuestro prójimo. Nuestro Dios es un Dios liberador y misericordioso. Lo que nos pide es que tengamos el mismo comportamiento.

La principal preocupación de San Pablo es revelar a Aquel que es la verdadera luz. En su mensaje de la primera carta a los fieles de Corinto,  Pablo afirma que su sabiduría no tiene nada que ver con la sabiduría humana. Para él, la única forma de revelar el misterio encerrado en Jesucristo es viviendo de Él. En Corinto, hablando con personas muy simples, dio testimonio de pobreza y humildad. Así quedó claro lo que él estaba viviendo. A través de él Dios habló, su Espíritu se manifestó. Lo que nos pide el Señor a nosotros como a Pablo es apartar de nosotros  todo deseo de aparentar. Si buscamos admiración, consideración y popularidad, estamos en el camino equivocado.  Nuestra misión es testimonio de Él, Cristo muerto y resucitado.

En su evangelio, Mateo acaba de exponer el discurso de la montaña, enfatizando el testimonio. Para él, el testigo es aquel que, por su forma de vida, manifiesta lo que vive. Como Jesús señala: «Sois la sal de la tierra, sois la luz del mundo». Por ello hoy, antes de escuchar a los cristianos, se mira cómo viven.  Por lo tanto, el evangelio nos invita a testificar nuestra fe a través  de la bondad de nuestras acciones. El Señor no espera de nosotros palabras hermosas sino un comportamiento que encarne su Palabra. El testigo, a los ojos de los hombres, puede ser alguien sin buena apariencia ni prestigio, a la larga lo conoceremos tal como es. Hay realidades que no se pueden ocultar siempre.

Es nuestra forma de vivir y de «hacer el bien» lo que debería interpelar a todos los que conocemos. En la Eucaristía, somos recibidos por Quien es la Luz del mundo. Por ello estamos reunidos alrededor de Él «en la montaña» para que nosotros podamos convertirnos también en Luz del mundo. Él es quien nos envía a ser sus testigos en este mundo que lo necesita con urgencia. En este día le imploramos: «Tú que eres luz, tú que eres amor, pon tu espíritu de amor en nuestra oscuridad!

H. Nathalie DOSSOU,

Vicariato San Francisco Coll