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JESÚS RESPONDE AL ODIO CON AMOR

23 marzo, 2024

En el momento de morir Jesús responde al odio con amor, ama a sus enemigos, hasta el punto de que no solo les perdona, sino que les justifica, ofrece una buena razón al Padre para que les perdone, manifestando la fuerza y el poder de un amor capaz de justificar a sus enemigos: “perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Se diría que Jesús se convierte en el abogado defensor de los que lo asesinan.

Para captar toda la fuerza de esta oración, es interesante comparar el caso de Jesús con el de los mártires. La grandeza del martirio está en el hecho de ser matado perdonando al asesino, como cuenta el libro de los Hechos (7,60) que hizo Esteban. Pero en la muerte de Jesús ocurre algo más: no sólo perdona a sus enemigos que le matan, sino que ofrece una razón al Padre para que les perdone. De este modo justifica, hace justos a sus enemigos: “perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Si hubieran sabido lo que hacían, piensa Jesús, no lo hubieran hecho (cf. 1 Cor 2,28; Hech 3,17). Por eso son dignos de compasión y de perdón.

Pero hay más, Jesús no sólo justifica y ofrece un buen motivo para esta justificación, sino que entiende que ellos no pudieran entender. ¿Por qué no entendían, por qué no sabían lo que hacían? Elredo de Rieval, un abad cisterciense del siglo XII, tiene un texto impresionante en el que responde a estos porqués: en la Cruz se oculta la majestad. De ahí que el abad de Rieval encuentra no sólo un buen motivo que hace excusables a los que crucifican a Jesús, sino la razón profunda que explica su confusión: “Crucifican, pero desconocen a quién crucifican, porque si lo hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria… Creen que soy un prevaricador de la ley, creen que usurpo la divinidad, que soy un seductor del pueblo. Les oculté mi rostro y no cono­cieron mi majestad”.

En línea parecida se expresa San Gregorio Magno: Jesús “fue el único entre todos los hombres que pudo presentar a Dios súplicas inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la pasión rogó por sus perseguidores… ¿Qué es lo que puede decirse o pensarse de más puro en una oración que alcanzar la misericordia para aquellos mismos de los que se está recibiendo el dolor?”. Gregorio llega a decir que esta sangre es “la demanda de justicia de nuestro Redentor”, una justicia que se manifiesta en forma de perdón, y citando un texto de la carta a los Hebreos que dice que la sangre de Jesús habla mejor que la de Abel, escribe: “De la sangre de Abel se había dicho: La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Pero la sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus perseguidores”.

¡No hay adjetivos que puedan describir un amor como el de Jesús! Es imposible amar más. Solo en un amor como este puede estar la salvación del mundo. Se trata de un amor incondicional, un amor a pesar de todos los pesares. En la muerte de Jesús está la fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo (cf. 1 Jn 2,2). De ahí que bien puede decirse que Jesús derrama su sangre en la cruz para el perdón de todos los pecados: “en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres” (2 Cor 5,19).

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat