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FIESTA DE LAS BEATAS MÁRTIRES DE LA ANUNCIATA · 6 DE NOVIEMBRE DE 2020

5 noviembre, 2020

Hablar de mártires es hablar de testigos. Testigos de Alguien por quien dieron  sus vidas. Por eso, no se puede hablar de martirio sin hablar de amor, de un amor fiel, vivido  perseverantemente a lo largo de la vida. De un amor que es más fuerte que la muerte. 

(Hna. Otilia Alonso)

Ramona Fossas Románs,
Adelfa Soro Bó,
Teresa Prats Martí,
Otilia Alonso González,
Ramona María Perramón Vila,
Reginalda Picas Planas y
Rosa Jutglar Gallart

Cada 6 de noviembre la Anunciata conmemora con veneración y cariño la memoria de sus siete Beatas Mártires. Recordar su entrega, aprender lo que significa ofrendar la vida, orar por el cese de toda violencia e intolerancia: su testimonio hoy nos sigue interpelando e invitando a la generosidad y al perdón. Compartimos en este día, para la reflexión, algunas palabras que la H. María Jesús Carro escribió a la Congregación cuando se esperaba la inminente beatificación de nuestras Hermanas y que nos ayudan a profundizar en el significado de su martirio para nuestro hoy:

 “Su vida y su muerte ejemplar nos enseñan a posponer todo por Jesús y su Evangelio. ¿La fidelidad a la consagración religiosa no supone dar la vida día a día, sin reservarse nada para sí? Ciertamente no todos los religiosos vamos a ser dignos del martirio cruento, pero somos conscientes de que todos estamos llamados a formar parte del grupo de los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero.

 En la sociedad en la que nos toca vivir, en nuestra misma forma de vida, en las circunstancias y decisiones personales se da esta tribulación de diversas maneras, debido a causas externas a nosotras y, también, a nuestra debilidad humana. Podemos decir con San Pablo que por todas partes nos agobian, pero no nos rematan, porque tenemos la seguridad de que ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre,… ni la muerte ni la vida… ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (cf. Rm 8, 35.37-39).

Queda claro, pues, que nuestras Hermanas llegaron hasta el extremo de derramar su sangre por la causa del Evangelio, porque querían seguir siendo religiosas. Así lo manifestaba una enfermera, que testificó en el proceso, al referirse a las Hnas. Otilia Alonso y Ramona Perramón, las cuales sobrevivieron por un breve tiempo a las otras tres Hermanas de la misma Comunidad: «Todos sentíamos la impresión de que nos hallábamos ante verdaderos mártires; ambas tuvieron palabras de perdón y ninguna la más leve de odio, de desesperación, ni aun de tristeza. Una y otra mostraron, a pesar de sus sufrimientos, serenidad y paz, incluso alegría, verdaderamente impresionantes. […] Una y otra se declararon religiosas y aunque nosotros ya lo sospechábamos, pero lo dijeron ellas mismas. […] Cuantas personas presenciamos los últimos momentos de una y otra sierva de Dios y yo particularmente, nos sentimos invadidas de la convicción de que asistíamos a los últimos momentos de dos mártires, no solamente por el hecho de su asesinato, mas por las palabras de conformidad y de aceptación consciente y alegre de su muerte, junto con la propia declaración de perdón y olvido de la maldad de los perseguidores. Además con respecto a las otras Religiosas que con las dos Siervas de Dios sufrieron el mismo martirio, por ésta supimos que habían llegado al mismo, con plena aceptación e invadidas por las mismas disposiciones».

 La santidad no se improvisa. Parte de un deseo que Dios nos ofrece y está arraigado en el corazón de cada bautizado, aunque con frecuencia no seamos conscientes de ello. Son esas pequeñas cosas superadas día a día, la respuesta de fidelidad a la gracia, la vivencia sacramental, la vida sencilla, orante y contemplativa, exigente en la misión encomendada, que se hace entrega total, lo que va fraguando y acercándonos a Dios, misterio de la Salvación.

Nuestras Hermanas Mártires, ―lo mismo podríamos decir de todos sus compañeros del grupo―, fueron fieles en lo mucho porque lo fueron en lo pequeño del día a día. Murieron perdonando, con gozo, con paz y serenidad. Su respuesta de fidelidad nos estimula a dar nuestra respuesta. ¿Cómo? Cada una desde lo que es y hace y todas desde el amor, porque «nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13)”.

 Beatas Hermanas Mártires de la Anunciata… ¡Rogad por nosotros!