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DERIVAR HACIA JERUSALÉN, COMO UN RÍO, LA PAZ

26 octubre, 2023

El libro de Isaías (66,12) anuncia proféticamente que el Señor hará derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz. En estos momentos parece que ocurre todo lo contrario. Más que la paz, lo que ocurre en Jerusalén es una inundación, un torrente de guerra. ¿Acaso la profecía miente? La Escritura no miente, pero hay que saber leerla. La Escritura siempre ha requerido exégesis.

La profecía de Isaías sobre estos ríos de paz que corren hacia Jerusalén evidentemente no describe la realidad presente, sino la realidad que desea el Señor para Jerusalén y para todos los pueblos. Por eso, en nuestro caso, conviene entender la Escritura como si fuera un espejo. Pero el espejo de la Escritura no es como los otros espejos, que se limitan a mostrar la realidad, sino que es un espejo que nos muestra la realidad tal como debería ser y, por tanto, se convierte en elemento de contraste con la realidad tal como es. Pero este contraste no está ahí para desanimarnos o para condenarnos; ni siquiera está ahí para dejar claro lo malos que somos. Está ahí como una llamada para que cambiemos la realidad y la adaptemos a lo que exige el espejo.

Esta referencia a los ríos de paz que el Señor quiere que vayan hacia Jerusalén, es una llamada a los ríos de guerra para que se cambien en ríos de paz. En esta línea el mismo profeta Isaías (2,4) hablaba de que la Palabra de Yahveh busca convertir las espadas en rejas de arado, o sea convertir las armas de guerra en instrumentos para producir alimentos, de modo que ninguna nación levante la espada contra otra nación, ni se ejerciten más para la guerra. Sus ejercicios deben ser de amor y de paz.

Ya desde los comienzos de la historia, el ser humano, creado a imagen de Dios, se ha desviado en muchas ocasiones de lo que debe ser según el modelo con el que ha sido creado. Por eso, la historia de la humanidad es una historia de luchas y enfrentamientos fratricidas, que nunca han conducido a nada bueno. La historia de Caín y Abel, historia de envidia que conduce a la muerte, se ha repetido demasiadas veces. Por eso es necesario recordar el gran error de Caín. Cuando Yahveh le pregunta: ¿dónde está tu hermano?, Caín responde que no es el guardián de su hermano. Ese fue su gran error, su inmenso error, porque Caín es el “guardián de su hermano”, su pastor, su cuidador.

Todos los humanos estamos hechos para el amor, y por eso estamos llamados a amarnos los unos a los otros para así llegar a ser aquello que somos. Porque lo que somos no es algo pasivo y estático, sino activo y dinámico, que debemos realizar en cada momento. De ahí la necesidad de ser lo que somos, hijos de Dios llamados a vivir en fraternidad.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat