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COMENTARIO AL EVANGELIO SOLEMNIDAD CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

1 junio, 2021

 La solemnidad del Santísimo Sacramento, que se celebra el segundo domingo después de Pentecostés, fue instituida en la Edad Media para conmemorar la presencia de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. Fue el Papa Urbano IV en 1264 quien hizo obligatoria la fiesta del Santísimo Sacramento para la Iglesia universal. Esta fiesta se llama la fiesta del Corpus Christi o la Fiesta del Santísimo Sacramento. El nombre de “Fête-Dieu” solo existe en francés. Fue mucho más tarde que el Papa Juan XXII en 1318 ordenó que la Eucaristía se llevara a cabo en la fiesta del Santísimo Sacramento (Corpus Christi), con una procesión solemne por las calles y por los caminos para santificarlos y bendecirlos. Es aquí cuando aparece la custodia.

La solemnidad del Santísimo Sacramento es, por tanto, una ocasión para dar gracias a Dios por el DON de la vida de su Hijo Unigénito, ofrecido en sacrificio por la salvación de la humanidad en general y de cada uno en particular. Esta es una oportunidad para que le expresemos nuestra gratitud porque fue a costa de su sangre que nos redimió. En esta solemnidad celebramos: el don de Dios a la humanidad, su presencia permanente y santificante, la insondable misericordia de Dios y el triunfo del amor sobre la ley. Contemplamos al Dios Creador que no solo se entregó por su criatura sino que, sobre todo, se pone en sus frágiles manos.

Esto es lo que nos recuerda la liturgia del día. Nos permite percibir la grandeza de este Dios que con el tiempo se hace amigo del hombre. Un Dios que constantemente ofrece al hombre la oportunidad de vivir felizmente en su presencia. Es Él por tanto, quien, toma la iniciativa para la salvación. Así, al irrumpir en la historia de la humanidad, la convierte en una historia santa y sagrada. Por eso podemos decir con seguridad que la historia de cada hombre es una historia sagrada.

Su presencia en la historia de la humanidad se realiza a través de diversas alianzas. Desde Abraham no ha dejado de renovar estos pactos para mantener al hombre en la plenitud de su presencia. Estas alianzas han progresado, de una alianza con un hombre a una alianza con un pueblo. Esto es lo que nos deja entrever la primera lectura que se tomó del libro del Éxodo en el capítulo 24 versículos 3 al 4. Dios, que camina con su pueblo, quiere salvarlos de la esclavitud de la que son víctimas en Egipto. Vive bajo el peso de una pesada carga que le impone el pueblo egipcio. La gente ha perdido el significado de la palabra libertad. Ha renunciado a toda esperanza de ser liberado. Es en el fondo de esta desesperación donde surge la luz, es en el imposible humano donde Dios despliega su poder de amor. El Dios que escucha el murmullo de su pueblo toma la iniciativa para su liberación. Si bien es cierto que no nos necesitó para crearnos, no puede salvarnos sin nosotros. Necesita que nos adhiramos a su proyecto con libertad y confianza. No quiere apartarnos de una esclavitud y alistarnos en otra. Por tanto, se compromete a través de Moisés a explicar a su pueblo las cláusulas del nuevo pacto. Se está arriesgando de nuevo por amor a su pueblo. No da una segunda oportunidad, reinicia todo, quiere inscribir en el corazón del hombre su alianza. Él mismo será quien instruirá a su pueblo a través de su Palabra y sus mandamientos (Ex 24, 3). Desde ahora todos pueden seguir apegados a él y aprender de su palabra. Estableció una nueva forma de relación, el Dios lejano se acercó más a su pueblo y en adelante el abismo del amor de Dios se derramó en lo más profundo de la miseria humana, purificándolo y santificándolo. El hombre recupera su dignidad.

Esto es lo que canta tan bien el Salmo 115 (116), 12-13, 15-18. El salmista reconoce la fidelidad del Señor y que él es quien rompe todas las ataduras del pecado. En respuesta a esta magnificencia, la gente se compromete por la voz del salmista a alabarlo ante todos los demás pueblos. E hizo del Señor el tema de su alegría.

La dinámica utilizada por el salmista es la que retoma la carta a los Hebreos dándole un nuevo significado. En la carta a Hebreos 9, 11-15, el autor nos aclara que el antiguo pacto ha dado paso al nuevo pacto. La sangre de los animales no pudo salvarnos definitivamente, solo la sangre de su Hijo unigénito es capaz de restaurar en nosotros la imagen de Dios corrompida por nuestra naturaleza pecaminosa. Solo el que viene de Dios puede mostrarnos el camino y conducirnos por él. Jesús es, por tanto, el sacrificio perfecto, el que cumple la ley y nos abre las puertas de la gracia y la misericordia inagotable. Estamos ante lo obvio, más allá de la ley está el amor, la herencia prometida ya está al alcance de todos.

El Evangelio según San Marcos 14, 12-16,22-26 nos ayuda a comprender al autor de la carta a los Hebreos. De hecho, en este fragmento nos enfrentamos a un momento de profunda intimidad entre Jesús y sus elegidos. Un momento de encuentro personal lejos de las multitudes. Un momento en el que Dios se confía al hombre. Donde Dios entrega su proyecto al hombre y le invita a participar en él. El Dios Todopoderoso hecho hombre en Jesús ahora quiere unirse con cada uno de nosotros. Este milagro solo es posible si cada uno de nosotros se adhiere a él. Al elegir ofrecerse a nosotros en forma de pan y vino, nos da el regalo de su vida a través del fruto del trabajo de nuestras manos. Con este gesto purifica y santifica la obra de nuestras manos. Dios, por tanto, cuenta con nosotros con lo que somos y tenemos. Un poco de pan y vino para saciar la sed y el hambre de los hombres. Se acerca el uno al otro mejor aún, se invita a nuestra vida y así nos abre a la vida en Dios. En resumen, Dios hecho hombre se acaba de poner en nuestras manos. ¡Oh intercambio admirable!

Hoy, frente a la pandemia del COVID-19, la fiesta del Santísimo Sacramento parece haber perdido su significado y su originalidad, que era santificar nuestras calles con la presencia de Jesús Eucaristía. Con esta pandemia de COVID-19, el mundo se enfrenta a una nueva forma de esclavitud. Ahora somos esclavos del miedo al otro, esclavos de la información traumática, los gestos de barrera. En definitiva, nos sentimos atrapados por todas las restricciones que nos mantienen alejados unos de otros. Como el pueblo de Israel, clamamos a Dios para implorar su misericordia y salvación. Le preguntamos ¿qué debemos hacer? Dios vuelve a innovar invitándonos a salir a las calles de nuestro corazón, es allí donde quiere establecer nuevos lugares de reposo del Santísimo para poder acogerlo. Estas son las calles de nuestro corazón que quiere visitar y santificar porque de allí nacerá la verdadera liberación. Esta liberación que consiste en elegir a Dios exclusivamente y vivir sólo en él. Nuestros ojos podrán ahora contemplar a Dios en el otro. Es ahí donde caen todas las restricciones porque en ese día nacerá una nueva generación de creyentes, los que alaban a Dios en Espíritu y en Verdad. Esta generación en la que todos se convierten en custodia a través de la cual se puede adorar al Dios Santo y Fuerte que libera a su pueblo sediento de esa presencia permanente de Dios. Dios quiere ser reconocido a través de cada uno de nosotros. Así, ningún confinamiento, ningún tipo de barrera podrá robarnos el gozo de la presencia de Dios en nuestras vidas.

Hna. Marlyse

VICARIATO SAINT FRANÇOIS COLL