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COMENTARIO AL EVANGELIO DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO CICLO C

30 agosto, 2022

Sab. 9, 13-18
Sal. 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14. 17
Fil. 9b- 10. 12-17
Lc. 14, 25-33

«Enséñanos a calcular nuestros años, para adquirir un corazón sensato.»

Quiero dar inicio a esta reflexión con este pequeño cuento: «La Encina y el Junco»

En una amplia pradera crecía una encina que cada día daba las gracias a la madre naturaleza, por los muchos dones que había recibido.

De todas sus cualidades, una de las que más valoraba era la de ser alta, ya que le permitía no perderse ni un detalle de lo que sucedía a su alrededor.

Tener tantos atributos tuvo con el paso del tiempo una consecuencia negativa: la encina empezó a creerse superior al resto de las plantas.

Unos metros más abajo, en un pequeño humedal, habitaba un joven y delicado junco. Era muy fino, y como no tenía ni hojas ni flores, pasaba totalmente desapercibido a ojos de los demás.

Un día, la encina se dio cuenta de su existencia y empezó a meterse con él. – ¡Eh, junco!… ¿Qué se siente cuando uno es frágil e insignificante?

El pobre se quedó perplejo ante una pregunta tan desagradable.

– Bueno, pues no tengo mucho que decir, salvo que vivo tranquilo y contento, soy bajito y delgado, pero tengo dignidad y una virtud que tú no tienes.

La encina dio un respingo. – ¡No me digas!… ¿Y se puede saber cuál es?

– ¡Pues que soy muy flexible!

La encina estalló en carcajadas.

Apenas sonaron las risotadas de la encina, el cielo se oscureció, se cubrió de nubes, y estalló una de esas tremendas tormentas que aparecen cuando nadie las espera.

Desgraciadamente, sucedió lo peor: el aire enfurecido se transformó en un huracán descomunal que arrancó de cuajo la encina de la pradera y la lanzó sin piedad al fondo de un acantilado. Ni su belleza, ni su altura, ni su enorme tronco, sirvieron de nada cuando se presentó el ciclón.

El pobre junco también sufrió muchísimo, pero gracias a su enorme flexibilidad, sobrevivió.

Pero enseguida levantó la mirada, observó el agujero donde durante años había estado la encina, y reflexionó:

– Lo que los demás ven como un defecto a mí me hace sentir orgulloso e incluso me ha salvado la vida.

Puede sucedernos en la vida, algo parecido, cuando creemos que ya hemos logrado suficiente, que los dones recibidos nos han ayudado a tener grandes éxitos… olvidándonos de lo esencial, de ser hijas e hijos de Dios, que nos une en fraternidad, el amor que trasciende mucho más allá de nuestras diferencias, debilidades o fallas que cometemos.

Que la reflexión de las lecturas de hoy, nos ayuden a detenernos un poco y a centrarnos en lo esencial, del seguimiento de Cristo. ¿Cómo lo estoy viviendo? ¿Qué necesito para vivir la radicalidad del seguimiento de Cristo?

Pidamos al Señor que nos dé su Sabiduría en las pequeñas o grandes decisiones que tomamos, que seamos flexibles y nos dé un corazón dócil, para acoger la fuerza creadora de su Espíritu, a no creer que somos más que los demás, que sepamos ser humildes y sencillos de corazón.

Que tu sabiduría dirija nuestra vida, que sea esa pista de aterrizaje que nos oriente, como guía segura de vida y salvación.  Que ella sea la fuente de vida, el manantial que nos mantendrá dando fruto aun en los tiempos de sequía, de desconcierto, de desesperanza, en este mundo tan fragmentado. Que nada nos turbe, que la firmeza y confianza en ti, nos haga mantenernos firmes, siempre con las lámparas encendidas, como las vírgenes prudentes.

Esta sabiduría de la que nos hablan las lecturas se caracteriza en la persona de Jesucristo, de quién afirma Santiago «en cambio, la sabiduría que viene de arriba es, ante todo, recta y pacífica, capaz de comprender a los demás y de aceptarlos; está llena de indulgencia y produce buenas obras.»

En el libro de Filemón, nos describe la importancia que da San Pablo a quien conoce a Cristo y lo acepta, ser bautizado nos hace ser hijos y hermanos en Cristo, nos hermana con nuestros semejantes.

En el evangelio de hoy la acción pasa de la mesa al camino. Se nos habla del discipulado y presenta las condiciones para que alguien pueda ser discípulo o discípula de Jesús.
¿Qué necesitamos para caminar? Liberarnos de cualquier atadura que pueda ser lastre y decidirnos a ir hacia adelante. Todo lo que somos y tenemos, nuestros vínculos y nuestros bienes, quedan subordinados a esta meta del discipulado. Todo se ordena para que podamos caminar tras las huellas de Jesús. Se trata, en definitiva, de una opción de vida. En nuestra opción de seguir a Jesús hoy, ¿de qué necesitamos liberarnos para seguirlo auténticamente?

 Luz Marina Bonifacio Hernández

Provincia «San Martín de Porres»