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COMENTARIO AL EVANGELIO DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA 2023

26 diciembre, 2023

Lc 2, 22-40

El texto de hoy nos muestra una imagen de familia, José y María traen a Jesús niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, cumpliendo la tradición de todo un pueblo. Este niño muestra de un Dios que no se refugia detrás de su omnipotencia, sino que decide compartir con nosotros la vida y la historia.

“Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel”

Simeón vive en espera. Toda una vida esperando. Esperar es abandonar las seguridades de lo que ya se tiene, de lo inmediato, para abrirse a la debilidad de la espera, de lo que todavía no se tiene y ha de venir…

Él espera ver a Cristo. Esa es su espera.

Por fin, “Conducido por el mismo espíritu, fue al templo”.

Simeón se deja llevar, es conducido, es dócil al espíritu. Él sólo espera ver a Cristo. Y lo ve. Lo reconoce en la debilidad de ese niño.

Nosotros huimos de esta debilidad, huimos de una vida “en espera”. Llenamos nuestra atención de seguridades, que son justificaciones, ideas, proyectos.  Estímulos que nos hacen sentir seguros, que nos ocupan, y construimos nuestra identidad alrededor de lo que ya tenemos, de lo que pensamos, de lo que sentimos.  Vivimos distraídos, incluso en ocupaciones importantes, incluso en buenos quehaceres, como Marta en el Evangelio, siempre ajetreada para servir al Señor.  María, su hermana, como Simeón, vivían atentos en actitud de espera y de escucha. Atentos a escuchar al espíritu, a Dios que habla cuando callan nuestras seguridades, pensamientos, proyectos, sentimientos… Vemos como Simeón, “un hombre en espera”, vivía pendiente, sólo de ver al Señor, atento siempre, para llegar a reconocerlo, y dócil al espíritu para obedecerle, para dejarse llevar hasta Él.

“Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».

Desprendidos de nuestro “yo”, sólo esperando en Él nuestra vida será plena, encontrará la paz y la salvación. Porque la salvación es ese encuentro con Dios, es la paz prometida para Simeón y para cada uno de nosotros. Reconocerlo en medio de nuestras agitaciones, de nuestra vida ocupada y distraída, es el reto que nos propone este evangelio.

Que su luz, la que “ha venido a iluminar todas las naciones”, ilumine nuestro camino y nos lleve hasta Él, para que seamos capaces de reconocerlo estos días, en la debilidad del niño del pesebre, en la debilidad de todos los pesebres del mundo; allí donde hay soledad, guerra, hambre y dolor…

Busquémoslo, fuera de nuestro “yo”, salgamos de nosotros, de nuestra psique. Salgamos a su encuentro, como Simeón.  Reconozcámoslo en cada uno de nuestros hermanos, en la fragilidad de aquel niño y de cada hombre. Esperémoslo donde nadie espera. Busquémoslo, en cada uno de nuestros hermanos, sobre todo entre los más débiles. Porqué sólo en la debilidad de un niño decidió mostrarse el Señor.

“Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón”. Profetizó Simeón. Busquémoslo, reconozcámoslo también, en la debilidad máxima de la cruz que vendrá. Entremos “en contradicción” con todo con lo que hasta ahora habíamos esperado y buscado. Dejemos que “una espada nos atraviese el corazón” como a María, para volver a reconocerlo en la Cruz. 

Que su “luz ilumine” nuestra inteligencia y nuestro corazón, para que aprendamos a esperar en Él, por encima de cualquier otra espera, para que sepamos reconocerlo, en la debilidad de los pesebres y las cruces de este mundo.

 En la espera de los más débiles, allí nos espera Dios. Salgamos a su encuentro, detrás de Simeón.

Marta Mingot