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COMENTARIO AL EVANGELIO CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C

14 diciembre, 2021

Miq 5, 1-4a  // Sal 79 //  Heb 10, 5-10 // Lc 1, 39-45

Para leer las lecturas pulsamos el enlace

LA VISITA DE DIOS

Llegamos al cuarto domingo de Adviento y, con ello, vamos arribando al final de nuestra espera. Las lecturas se conjuntan admirablemente para preparar nuestro espíritu ya próximo a la Navidad.

Miqueas nos recuerda que el Señor elije a los pequeños para entregarles su tesoro: «Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel». Un corazón humilde será el mejor pesebre que tengamos para ofrecer cuando llegue «el momento en que dé a luz la que debe dar a luz».

El salmo 79 es, por su parte, una oración preciosa que brota del corazón del pueblo de Israel, y que hacemos nuestra como humanidad (humanidad que experimentamos cada vez más vulnerable y necesitada de salvación) y también como personas individuales. Las palabras de este salmo nos ayudan a presentar ante Dios nuestro clamor que es, a la vez, apremiante pero confiado y esperanzado. Hay una sucesión de expresiones y verbos en imperativo que conviene recordar, porque podemos elegir cualquiera de ellas para repetir como una “respiración de oración” en estos días:

  • Pastor de Israel, escucha,
  • Resplandece,
  • Despierta tu poder,
  • ¡Ven a salvarnos!
  • Mira desde el cielo, fíjate,
  • ¡Ven a visitar tu viña!
  • Restáuranos,
  • Que brille tu Rostro y nos salve.

El Señor no se hace esperar, y responde a nuestro clamor en la segunda lectura. Y su respuesta es superior a todo lo que podía soñarse: es su misma venida en carne humana. Su don mayor es su Encarnación: «Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo». ¡Él ha tomado nuestro cuerpo! En ese cuerpo experimentamos la cercanía de Dios, hecho uno de los nuestros. Ya no estamos nunca solos, aunque a veces lo olvidemos. Es el misterio de la presencia siempre presente de Jesús, que dice «He aquí que vengo». También nosotros queremos aprender de Él a entrar en su misterio de disponibilidad y generosidad, diciendo como Él: «Aquí estoy, yo vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad».

Como corolario, el Evangelio nos permite ya paladear la alegría exultante que se aproxima. Es una escena familiar, entrañable, gozosa: la visita de María a su prima Isabel. La bendición y la dicha se hacen presentes. Isabel y María son un símbolo de encuentro entre la Antigua y la Nueva Alianza, entre los tiempos de espera y la plenitud de la venida. Habitada por el Espíritu, Isabel sabe descubrir, en lo que todavía no se deja ver, la presencia divina. Con ojos de fe reconoce el misterio en algo muy cotidiano y escondido. En la visita de su prima María y del bendito fruto de su vientre, ve el cumplimiento de la oración tantas veces repetida por su pueblo: ¡Ven a visitar tu viña!

Estos pocos días que faltan para Navidad, hagamos como Isabel: estemos atentas, atentos, al «Dios que viene», a la «visita de Dios», intentemos reconocerlo actuando en nuestra vida de cada día, en las personas que nos rodean, o incluso en nosotros mismos si le damos ese espacio que necesita para nacer.

Como dice sabiamente el Prefacio III de este tiempo de Adviento:

“El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria VIENE AHORA A NUESTRO ENCUENTRO EN CADA HOMBRE Y EN CADA ACONTECIMENTO, para que lo recibamos en la FE y por el AMOR demos ahora testimonio de la ESPERA dichosa de su reino…”

 Hna. Luciana Farfalla Salvo