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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO XVIII

6 febrero, 2020

FRANCISCO Y ROSA

Corría el año 1863. Estaban por cumplirse los siete años desde la fundación de la Congregación, una Congregación que muy pronto había desbordado de vida y ahora contaba ya con 36 casas, la dirección de 26 escuelas públicas y unas 60 novicias. Ante tal despliegue de aquella «Obra de Dios», el Padre Coll siente la responsabilidad y la necesidad de procurar al nuevo instituto una reglamentación lo más completa posible, que tenga la capacidad de encauzar aquel desarrollo prodigioso, y posibilite a la vez un crecimiento ordenado y una impronta espiritual vigorosa.

Es así como se empeña a fondo en la empresa de plasmar sus convicciones en la Regla o Forma de vivir de las Hermanas. Cuando estuvo pronta, después de tantos trabajos, estudio, reflexiones e incluso ayunos, con toda solemnidad la firmó sobre el altar y ante el Sagrario abierto. Y entonces Francisco Coll regala a sus Hermanas este fruto de sus desvelos. Las exhorta a que adhieran de corazón a cuanto dicen estas Reglas, convencido de que serán para ellas un camino de santidad y plenitud en su vida religiosa.

El Prólogo de esta Regla, lo sabemos, es uno de los escritos más personales que conservamos del Padre Coll, y nos muestra de una manera distintiva cómo veía él la Anunciata y cómo la soñaba. Y es ahí, en el Prólogo de la Regla, donde el mismo P. Coll nos revela sin rodeos la admiración que sentía por Rosa Santaeugenia:

«Cumplid, Hermanas benditas del Señor, vuestras obligaciones santas y sagradas; observad con la exactitud posible las santas reglas que se os han dado, no sólo por escrito, sí que también por las santas y saludables palabras, y buenos ejemplos de vuestra amada Madre Hermana Rosa Santaeugenia y Coll, Priora general de este Santo Instituto. Os aconsejo, oh benditas Hermanas, que toméis por modelos de vuestra vida, a Jesús, María Santísima, y nuestro Padre Santo Domingo, y después de los del Cielo, a vuestra amada Madre Priora General, a la cual no dudo que Dios Nuestro Señor se ha dignado elegir, para que fuese rosa suave y fragantísima, no sólo para dar ella frutos abundantes de suavidad y fragancia, por medio de las virtudes de humildad, de caridad y demás propias de su estado, sí que también para que ella os las enseñase y así vosotras y ella alabaseis a Jesús, a María, a nuestro Padre Santo Domingo, y a toda la corte celestial, y no contentas de esto, os esforzaseis, con la enseñanza, con la educación, con buenos ejemplos y fervorosas oraciones, a que todo el mundo conociese, adorase, y amase a Jesús y a María, tan dignos de ser amados»[1].

Sí… ¡Rosa Santaeugenia es presentada como regla viva, modelo y paradigma de una Dominica de la Anunciata! Es como si el Padre Col dijera: «para aprender a ser una de mis Terciarias, tanto podéis leer la Regla como mirar a la Hna. Rosa». Casi cuesta creer que nuestro Fundador,  tan cuidadoso en favorecer la humildad y la modestia, se haya dado este ‘permiso’ de alabar públicamente a Rosa y dejarlo por escrito, nada menos que en el Prólogo de la Regla, poniéndola como ejemplo a continuación de Jesús, María Santísima y Nuestro Padre Santo Domingo.

Pienso que si el Padre Coll se atrevió a hacer algo así fue porque, en su íntimo ser, estaba convencido de que Rosa era un verdadero regalo de Dios, un don del Cielo para la Congregación, con una misión muy particular: no sólo relucir por sus virtudes sino, ante todo, enseñar y acompañar a las otras Hermanas por el camino de la santidad y de la entrega en la misión. ¡Qué feliz y seguro se debió sentir de tenerla a ella a su lado en tan enorme y difícil empresa! ¡Y qué felices todas las Hermanas, pues ya lo dicen los biógrafos, «hacía a todas la vida alegre»[2]! Si es verdad que Rosa admiraba y amaba entrañablemente al Padre Coll, como lo demostró con creces en los tiempos más difíciles de la enfermedad, no lo es menos que el Padre Coll la admiraba a ella y la agradecía como un don del Cielo, como una muestra más de la ternura de la Divina Providencia para con esta Obra nacida (como le gustaba decir…) «del polvo de la tierra».

Hna. Luciana Farfalla Salvo

[1]  Francisco Coll, O.P. (1812 – 1875) Obras Completas, Ed.  Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1994, p 55-56

[2] Santos, Bienaventurados, Venerables de la Orden de Predicadores, T. IV, Paulino Álvarez OP, Vergara, 1923, p. 937