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AMÓ, DESEÓ Y VALORÓ LA VIDA CONSAGRADA

9 febrero, 2022

Hace pocos días celebramos la Jornada de la Vida Consagrada. Son tiempos difíciles para esta hermosa vocación pero, no nos equivoquemos, no son ni serán los únicos tiempos difíciles. Los tiempos del Padre Coll no lo fueron menos. Su vida es un fuerte testimonio de fidelidad a la vocación pese a todas las contrariedades.

El Padre Coll no fue hombre de compromisos pasajeros, ni de convicciones prendidas con alfileres… Siendo niño da muestras de solidez en sus pensamientos y acciones. Siente la atracción por el sacerdocio y su idea persiste a pesar de las resistencias y dificultades. Para un niño de diez años tuvo que ser doloroso separarse de su madre y hermanos, de sus amigos,  dejar sus juegos infantiles…

Su nueva vida empezaría en un ambiente desconocido, estudiante en el Seminario de Vic, en calidad de externo… No lo pasó bien al principio, hasta que tuvo la suerte de ser acogido en una casa que resultó ser como su segunda familia.

Antes de cumplir los 15 años, aquella frase: “Tú, Coll, debes hacerte dominico”, que oyó de un desconocido al pasar por la Rambla de Santa Teresa de Vic, hizo mella en su interior. Se tomó un tiempo para descubrir cuál sería la voluntad de Dios… Y partió de nuevo… una nueva ruptura para su corazón joven todavía, pero maduro para secundar la voluntad de Dios. A sus 18 años, y después de un primer y doloroso  rechazo en el convento de Vic, llama a las puertas del convento dominicano de Gerona, hace el noviciado y la profesión religiosa. Todo esto lo llena de felicidad: “Vestido el hábito dominicano fue tanto su contento que le parecía que ya estaba en el cielo, olvidándose hasta de santiguarse y de encomendarse a Dios; esto lo contaba él con la sonrisa en los labios” (testimonio de H. Sabina Morer, Testimonios p. 737).

La exclaustración forzosa de 1835 destrozó su sueño, le arrebató la vida comunitaria, pero no pudo con su compromiso. Al contrario, lo llevó a la cumbre de la fidelidad.  Consigue ser ordenado en forma clandestina, en un momento no propicio, y se consagra sacerdote para siempre, dejando a jirones su vida por los caminos de Cataluña, predicando en pueblos grandes y pequeños, llevando la paz, siempre fiel a la voz de su Dueño. Las dificultades no lograron hacerlo retroceder.

Juan Pablo II, en la homilía de beatificación del Padre Coll, remarca este aspecto: “Verdadero hombre de Dios, vive en plenitud su identidad sacerdotal y religiosa, hecha fuente de inspiración en toda su tarea. A quien no siempre comprende los motivos de ciertas actitudes suyas, responde con un convencido «porque soy religioso». Esa profunda conciencia de sí mismo es la que orienta su labor incesante”.

Cuando percibe el hambre de la Palabra y las necesidades de su pueblo, siente la necesidad de ofrecerle el mejor regalo: Hermanas, Dominicas como él, que se ocupen del cuidado y educación de niñas, niños y jóvenes. Recordando las dificultades que había vivido en su propia vocación, procura hacer posible la vida religiosa a jóvenes sin recursos que así lo desean.

Transmitió a sus hijas su amor a la vida consagrada con palabras como estas: “Hermanas carísimas, apreciad muchísimo vuestra vocación y servid al Señor como Él os manda, ¡con alegría! Porque es necesaria para hacer cosas grandes” (Cfr. Proyecto de Constituciones n° 77).

Sin convento y sin hábito desde los 23 años, superando obstáculos aparentemente insalvables, correspondió durante toda su vida con amor y fidelidad inquebrantables a la gracia de la vocación religiosa y dominicana. Hoy agradecemos ese testimonio de vida y santidad, y le pedimos a San Francisco Coll que nos ayude a vivir con gozo, amor y fidelidad la vocación que el Señor nos ha regalado en los tiempos desafiantes que Él también nos ha regalado.

Elaborado a partir de los folletos Testigo de la Luz, nn. 7-10.