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COMENTARIO AL EVANGELIO V DOMINGO DE PASCUA CICLO B 2024

26 abril, 2024

Avanzados ya en el camino de este tiempo pascual, la Iglesia nos propone meditar y contemplar en este V domingo, un evangelio cuyo contexto se da en la última cena. ¡Cuán profundo es el misterio pascual que, domingo a domingo, lo vamos desgranando en diversos acentos!

El evangelista Juan nos ofrece una catequesis de la comunión puesta en labios de Jesús el Jueves Santo, “durante la última Cena”, cena que actualizamos cada día en la eucaristía, sacramento de la comunión.

Contemplemos la imagen que se nos regala: la planta de la vid, con unos sarmientos, un viñador que la trabaja y una acción esperada sobre la planta: limpiarla y podarla a fin de que dé abundante fruto. El mismo Jesús realiza la significación. Él es la planta de la vid. El Padre es el viñador y quien realiza la poda o limpieza. Sus discípulos son los sarmientos de los cuales se espera den fruto.

Todo esto es muy claro y la imagen explicada no da lugar a dudas. Ahora bien, clarificados los términos, Jesús realiza un pedido: “permanezcan”. Aquí es donde empieza el desafío para el discípulo, y aquí entra también la libertad en la respuesta por parte del seguidor y el “límite” de un Dios que debe esperar. ¿Qué hará el sarmiento? ¿permanecerá en la planta?

¡Qué insistencia en el “permanecer”!¡Cuántas veces este término en pocos renglones! Es la insistencia del amor. Hay algo grande e importante que está en juego y es justamente la vida abundante y plena del discípulo.

“Si ustedes permanecen en mi y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán”. Jesús nos expresa la realidad mística de la comunión. Permanecer en Él, permanecer en su Palabra y sus palabras en nosotros, es un caminar cada día viviendo lo ordinario y cotidiano de la vida con Él presente, desde el Evangelio. Tener presente la Palabra de Jesús, leerla, rumiarla, tomar decisiones inspiradas en ella, conversar con Él, intentar vivir el Evangelio, hará que se vayan modelando y transformando gradualmente nuestros criterios, pensamientos, sentimientos, deseos, palabras y gestos haciéndolos más semejantes a los de Jesús. Guardar la Palabra del Señor viviéndola, traerá como fruto esta comunión con Él. Y al entrar cada vez más en esta comunión, en este proceso de unión con Él, ya no podremos pedir nada que no esté alineado con Él, por eso, tendremos esa libertad de “pedir lo que queramos que lo obtendremos” pues desearemos lo que Él. Y si pedimos “torcido” -como decía santa Teresa-, Él lo enderezará con la obra de su Espíritu en nosotros.

Esta comunión del discípulo con Jesús vivo y presente, se extiende expansivamente a la comunión con todos los demás hermanos. Así, quien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano al que ve, se engaña. Garantía, entonces, de nuestro “permanecer” en Dios, será nuestro “permanecer en el servicio” a los demás en lo simple y cotidiano de nuestra vida o en lo ocasional y emergente.

Demos gloria al Padre dando fruto abundante. Alegremos a Dios con nuestro permanecer en el bien. Aquí radica la verdadera comunión con Él que no lleva nombre de ritos ni confesiones, sino el sello universal de la caridad.

H. Susana Sívori