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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

18 octubre, 2022

Lc 18, 9-14

Hoy Jesús nos invita a caminar hacia Jerusalén, lugar de encuentro con Dios para los judíos; nos presenta dos tipos de actitudes en la oración: la arrogancia del fariseo y la humillación de un publicano.

La parábola del fariseo y del publicano, ambos orando en el templo, es diáfana, y a todos nos conviene reflexionarla y examinarnos a su luz. No afecta solo al modo de rezar, sino al modo de vivir la religiosidad en general.

Si por alguien tiene Dios predilección es por los pobres y humildes: escucha las súplicas del oprimido… sus penas consiguen su favor … Los gritos del pobre atraviesan las nubes y no descansan hasta alcanzar a Dios. Es un mensaje que nos prepara a escuchar la palabra de Jesús sobre el pecador.

El publicano bajó a su casa justificado, el fariseo, ¡no! Lucas nos dice a quién va dirigida la parábola de hoy sobre la oración: dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás.

Nuestra postura ante Dios no puede ser de orgullo y autosuficiencia, sino de humildad y sencillez. La actitud del fariseo muestra a un Dios que parece solo le importara la apariencia y el cumplimiento, no considera la misericordia de Dios.

Hace dos domingos Jesús nos decía que no pasemos factura por lo que hemos conseguido: hemos hecho lo que teníamos que hacer.

El domingo pasado nos invitaba Jesús a ser agradecidos, reconociendo lo que Dios hace por nosotros. Hoy nos disuade de adoptar una actitud de soberbia y engreimiento, en nuestra oración y en nuestra vida.

A veces la oración humilde de los atribulados se convierte en grito. Todos tenemos la experiencia de que hay días en que nos sale espontánea la oración de gratitud y alegría, de alabanza y euforia, y que hay otros que nos saldría más a gusto un grito de angustia o incluso de protesta ante Dios. Es como cuando Jesús, en la cruz gritó: ¿Dios mío porque me has abandonado?

En síntesis, la palabra de Dios nos quiere infundir confianza, sobre todo para esos días aciagos. A nosotros cabe preguntarnos:

¿En cuál de los dos personajes nos sentimos reflejados? ¿En el que está seguro de sí mismo y desprecia a los demás, o en el pecador que invoca el perdón de Dios? ¿Nuestra oración brota con serenidad? ¿Brota de un corazón sencillo y humilde? ¿Hacemos juicios condenatorios contra nuestro prójimo? ¿Le rogamos a Dios en la oración que nos regale la virtud de la humildad? Pidamos a Dios un corazón pobre para que sepamos reconocerle como Padre misericordioso y encontrarlo en nuestros hermanos.

                                                                                                   Hna. María Esther Juárez Rojas

Provincia “Santa Rosa de Lima”