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ANUNCIATA MISIONERA • TESTIMONIO IV

8 noviembre, 2019

Cuarta entrega del testimonio de nuestra Hna. Mª Pilar Medrano Pascual (Burgos 1936-Valladolid 2017), misionera en San José del Boquerón, norte Argentino. Esa zona había sido evangelizada antiguamente por misioneros jesuitas, por lo que, en la década de 1970, se establecieron allí jesuitas y dominicas para renovar la fe y acompañar a las poblaciones en estado de gran abandono y pobreza.

Parte 4 – Experiencia fraterna y compartida entre dominicas y jesuitas

Aparte de estas misiones que hacíamos con Agustín [un Padre jesuita], estaban otras más cortas casi siempre de fines de semana que realizábamos todos en otra dirección de la parroquia, la que el otro Padre Juan Carlos se había asignado. Eran muy buenas, ahí iba la hermana enfermera y como la gente lo sabía aparecían con sus dolencias. Muchas veces  eran de picaduras infectadas, de espinas clavadas y hechas puro pus o también afecciones propias de los niños. Era digno de grabar; allí, bajo un árbol o de otra sombra, la hermana curaba, limpiaba, daba consejos. La gente esperaba el anochecer, cuando a la luz de la luna, Juan Carlos desenfundaba la guitarra y empezaba la gracia de sus cantos. Allí nadie quedaba fuera de lugar, todos teníamos algo para acompañar.

Lo malo era la vuelta a casa; siempre nos perdíamos. Por todas partes aparecían los senderos que te despistaban, y la gente nos explicaba una y otra vez que no había como perderse. Ellos no veían más que uno: el que no se podía perder; nosotros dábamos vueltas y al final aprendimos a guiarnos por la luna, si había. (…)

Fuimos conociendo enseguida que la gente existía pese a que costaba descubrir dónde. El río era como su centro. Cada rancho tenía un pequeño sendero para llegar a él y recoger el agua. Fue apareciendo mucha gente y al comenzar a visitarlas y conversar vimos que no había ninguna conexión entre ellas, no había nada que les uniera por lo tanto nadie sabía de nadie, – aunque en realidad, todos sabían de todos –. Ya los dos Padres habían realizado un gran trabajo para reunir a la gente con el medio que tenían: las celebraciones. Así que nos metimos en ese mundo y enseguida lo vivimos a pleno. La capilla  era el lugar de encuentro de cada domingo y verdaderamente la gente al ir descubriendo los Misterios de la fe se abrían plenamente, así pudimos empezar la misión hermosa de prepararlos para los Sacramentos; sólo tenían una pequeña idea del bautismo que se había transmitido por las rezadoras de generación en generación.

Las eucaristías eran de lo más bello y original. Los pequeños correteaban a veces, los más grandes y adultos ponían el alma en lo que hacían. Las madres, toda mujer prácticamente tenía un niño en brazos, amamantaban de continuo al bebé; allí no se sabía de horas y demás, era su chupete al que se agarraban a todas horas. Luego, al terminar la misa, no se podían ir nunca. Les encantaba quedarse, verse, charlar con nosotros.

Siempre Juan Carlos era el más requerido por la guitarra. Tenía toda la gracia del mundo para hacer cantar y reír. Al final, empezaban a retirarse por aquellos senderos que solo ellos conocían y recorrían en la oscuridad como si tuvieran algún radar invisible…

Nuestra casa está muy cerquita de la de los Padres. Detrás estaba la capilla, sumamente sencilla con unos bancos que la misma gente hizo con troncos de árboles. El patrón es San José. Los jesuitas lograron recuperar la antigua imagen del santo de la época de la Reducción que hubo en la zona. Hacía años que se le habían llevado al museo de Santiago ya que es una verdadera joya, de madera policromada, lo más seguro hecha por los mismos indios o tal vez traída de España. La gente recordaba que estuvo muchos años en un rancho y que le cuidaba una familia, pero un día vinieron y se la llevaron exhibiéndola en el museo como una verdadera obra de arte. Mucho tuvieron que luchar para devolverla a su lugar primitivo, pero la constancia de los Padres lo logró.

Aquí los recuerdos los centro en nuestra vida de los primeros años. (…)

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