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CAMINANDO SE VE MÁS

7 abril, 2021
El evangelio del Miércoles de la Octava de Pascua nos propone cada año el relato de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). Creo que es el texto bíblico que más veces he meditado. Nunca deja de sorprenderme. Se conjugan en él tres tiempos: el de los hechos históricos (acaecidos en abril del año 30), el del momento en que Lucas escribe estas cosas a su comunidad (probablemente en la década de los 80 del siglo I) y el nuestro (año 2021). Los tres están interconectados. ¿Por qué Lucas construyó un itinerario catequético tan sugestivo? Porque quería mostrar a su comunidad y a sus lectores que, cuando vamos por la vida desalentados, podemos encontrar a Cristo vivo en las Escrituras y en la Eucaristía, las dos grandes mesas en las que se sirve el tesoro de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre. Nutridos con estos alimentos, podemos regresar contentos a la comunidad de la que habíamos salido y convertirnos en testigos entusiastas del Señor resucitado.

¿No es este el mismo itinerario que necesitamos hoy para pasar de las tinieblas a la luz, del desaliento al entusiasmo y de una fe rutinaria a un nuevo compromiso evangelizador? Creo que sí. Para ello, necesitamos tomar conciencia de que Jesús siempre camina a nuestro lado por los senderos de la vida. Se acerca a nosotros, aunque no seamos capaces de reconocerlo, en múltiples mediaciones. Nos invita a compartir nuestras zozobras y preguntas con libertad. Su célebre pregunta:

 “¿Qué conversación lleváis por el camino?” 

es el comienzo de una terapia que saca de nuestra bodega interior toda la amargura y sufrimiento que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida. […]

Volviendo al relato de Lucas, me sorprende la importancia que da al hecho de conocer las Escrituras. Ellas constituyen la clave para interpretar el designio de Dios en la historia. Cada vez me convenzo más que los cristianos que se alimentan cotidianamente de la Palabra de Dios van desarrollando un “sexto sentido” que les permite moverse con confianza en este complejo mundo que nos ha tocado vivir. Saben por una especial intuición lo que “huele” a Evangelio y lo que se aleja de él. Aprenden a tomar las opciones correctas. Desarrollan una gran empatía con las personas que sufren. No se imponen con la contundencia de quienes tienen todo claro, sino que se ponen al lado de los que buscan. Desarrollan las virtudes de la paciencia, la compasión, la fidelidad y el buen humor.

La Palabra de Dios es como una linterna que les va mostrando el paso que tienen que dar. A veces, hay destellos de onda larga, pero, por lo general, a cada día le basta su pequeño haz de luz. Y, como es natural, la Palabra lleva a la Eucaristía. Un corazón encendido y calentado por la Palabra acaba reconociendo al Señor en el pan partido y en el vino derramado. Lucas se dio cuenta de esta dinámica y la propuso a los lectores de su Evangelio. Nosotros, dos mil años después, no podemos desperdiciar este tesoro. Y menos en tiempos de pandemia y de confusión espiritual.

Gonzalo Fernández Sanz cmf

Fuente: El rincón de Gundisalvus