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UN FUEGO ENCIENDE OTRO FUEGO

18 mayo, 2010

Un año más aclamamos al P. Coll en su fiesta, que en esta ocasión tiene unas connotaciones especiales, por ser el primer año que, tras su canonización, lo hacemos junto con la Iglesia universal, a la vez que clausuramos el año dedicado a él.

Efectivamente, el 11 de octubre 2009 el Papa Benedicto XVI canonizaba al beato Francisco Coll en la Plaza de San Pedro del Vaticano, en una solemne ceremonia. Su canonización ha sido una gracia para toda la Congregación. Francisco Coll es para nosotras testimonio de fidelidad a Cristo y un ejemplo de vida auténticamente cristiana; pero su santidad no es solamente para nosotras, Dominicas de la Anunciata, es un don para toda la Iglesia que se extiende de oriente a occidente.

Las que formamos La Anunciata tenemos una razón muy especial para agradecer la vida del Padre Coll. Su testimonio su vida y su obra nos estimula y acompaña; pues si recordar la vida y obra de un santo es siempre, sin duda alguna, fuente de vida y de santidad para todos los que se le acerquen, de forma especial la vida de S. Francisco Coll, lo es para una Dominica de la Anunciata.

En la vida de nuestro santo, se descubre su celo evangelizador que nos empuja y alienta. Toda su vida fue evangelio vivido y anunciado a sus hermanos en tiempos de dificultades, pero con gran fidelidad al evangelio, buscando por encima de todo la gloria de Dios y el bien de las personas, que eran para él dos realidades inseparables. Él es para toda Dominica de la Anunciata testimonio vivo de lo que ella está llamada a ser y hacer en el mundo y estímulo para mantener viva su persona y su obra.

Francisco Coll vivió en tiempos turbulentos donde la difícil misión de la reconciliación la realizó siendo joven vicario utilizando para ello, sobre todo, el testimonio de una vida evangélica.

No sólo fue un hombre de oración sino también maestro de oración. La catequesis era también una de sus inquietudes. La caridad pastoral lo llevaba necesariamente en la visita a los enfermos y la ayuda a los pobres y desamparados. Era amigo de todos y a todos animaba a llegar a la meta de toda persona que peregrina en este mundo: el cielo. Su pregunta frecuente era: «¿Queréis ir al cielo?»

La devoción mariana era uno de los distintivos del alma y de la acción de san Francisco Coll. La advocación propia de la Orden era también la suya. Su vida era sencilla y austera, su casa pobre, religiosa y limpia.

MISIONERO EN CATALUÑAComo buen Dominico quería imitar a su padre Santo Domingo que recorría a pie largos y difíciles caminos sin aceptar retribución alguna, pidiendo una comida pobre y evangelizando en nombre de Jesucristo por pueblos, ciudades y caminos. Pero su trabajo misionero no era el de un solitario. Trabajaba en equipo porque estaba convencido de que así sería más eficaz. En una carta dirigida al vicario general de Lérida expresaba: «De ningún modo puedo ir solo. La experiencia me ha enseñado que uno solo no hace nada a no ser cansarse sin obtener fruto.» Herencia que nos ha dejado a los que seguimos su carisma.

Pero la gran obra de San Francisco Coll con la que quería que se perpetuara el trabajo misionero, es la Congregación de las Dominicas de la Anunciata. No es una obra nacida de una revelación de repente, sino el fruto de muchos años de oración, reflexión y consultas; sobre todo de la escucha de la voz del Espíritu que hace ver la realidad tal como es para dar respuestas de caridad hacia el prójimo. Como toda obra de Dios pasa por muchas dificultades, también Francisco Coll las tuvo y supo superarlas, tragar muchas cosas amargas y sufrir muchas necesidades. La fortaleza y la confianza en Dios surgieron del corazón del P. Coll en esos momentos, pero estaba bien convencido: «Sí sí, la Anunciata es obra de Dios» por eso nada lo detuvo.

UN RETRATO DE SU CORAZÓNEn su vida y en sus palabras aparece de manera clara, cómo era el corazón de san Francisco Coll, Dominico. Un hombre fuerte que sacaba su fortaleza no de las debilidades que tenía como toda persona humana, sino de la gracia de Dios. En toda su vida aparece claramente cómo él buscaba la voluntad de Dios, y no siempre le fue fácil descubrirla porque el Señor manifiesta su voluntad en las circunstancias más adversas, pero en todo supo encontrar la voluntad de Dios y la cumplió fielmente.

Contemplando la persona del S. Francisco Coll, en el día de su fiesta nos podemos preguntar: ¿qué nos pide el Señor a nosotros hombres y mujeres del siglo XXI para continuar la obra de este hombre de la iglesia del siglo XIX? La respuesta que me surge en este momento la encuentro en una de las frases del propio Padre Coll: «Un fuego enciende otro fuego». Solamente de un corazón encendido en el amor de Dios. Solamente de un corazón rebosando amor nace el servicio a los demás.

Que en la celebración de su fiesta su vida sea para todos nosotros un ejemplo para ser más evangelizadores, desde el testimonio de vida y con la palabra valiente, clara y explícita que anuncia a Cristo camino, verdad y vida para todos los hombres. Que su fiesta sea un momento de gracia para poder despertar en el corazón de niños y jóvenes la sed de verdad y de amor que irradiaba el P. Coll y que solamente Dios puede llenar. Que su fiesta sea un momento de gracia para un nuevo resurgir de vocaciones a la vida consagrada, para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

A S. Francisco Coll, encomendamos todos nuestros afanes, que él nos bendiga y nos ayude a ser «luz que enciende otra luz», para gloria de Dios, de la Iglesia y de su Congregación.