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COMENTARIO AL TERCER DOMINGO DE CUARESMA CICLO A – LA SAMARITANA

10 marzo, 2020

Éxodo 17, 3-7
94, 1-2. 6-7c. 7d-9
Romanos 5, 1-2. 5-8
Juan 4, 5-42

En la primera lectura del Éxodo vemos cómo Dios hizo brotar agua viva de la roca sin la cual la gente habría muerto de sed. Este signo del poder de Dios y de su presencia consuela a las personas en el desierto y también nos invita a comprender que solo Dios puede calmar nuestra sed y ayudarnos en los momentos difíciles. La segunda lectura nos dice que somos justificados por la fe.

En cuanto al Evangelio de este domingo, nos habla del encuentro de la mujer samaritana y Jesús. Esta mujer samaritana llega al pozo al mediodía para llenar su cántaro de agua. Ella sobrelleva en su interior un peso, el peso de su historia personal: un deseo que no controla bien, su deseo de amar y ser amada. Ella también lleva el peso del prejuicio social y de los valores religiosos de su nación: «Un judío no habla a los samaritanos»; «Un hombre no habla con una mujer en público» Todo esto influye en su encuentro con Jesús y despertará cierta resistencia en el diálogo. Pero Jesús supera los prejuicios y derriba las barreras de su cultura. Con el objetivo de liberar a la mujer, toma la iniciativa de establecer un dialogo con ella, rompe el silencio al pedirle un servicio y de ahí obtiene su colaboración.

Jesús le dijo: «Dame de beber» La respuesta de la mujer muestra su sinceridad: «¿Cómo tú, un judío, me pides agua a mí, una samaritana?» «Jesús no entra en prejuicios… más bien despierta en ella un profundo deseo, diciéndole: «Si supieras el don de Dios y quién es el que te dice «dame de beber «, serias tú quien me habría pedido…»

Manteniéndose en el mismo nivel, la mujer opone una nueva resistencia: «ni siquiera tienes un cubo y el pozo es profundo: ¿de dónde vas a sacar esta agua viva? …» Entonces Jesús la aboca a desear esa agua viva. Él parte de su propia realidad, de la situación donde ella se encuentra y la acompaña a la reflexión para que, en última instancia, la mujer desee beber esta agua dada por Jesús.

Fue entonces cuando la invitó a buscar la verdad en sí misma y ella, desde ese momento, comenzó a abrirse y descubrió quién era Jesús. La interpelación que le hace «Nuestros padres adoraron en esta montaña y ahora tu afirmas que es Jerusalén el lugar donde debemos adorar” le permite a Jesús explicarle algo más: le hace referencia al Padre. Le explica cómo se adora: el lugar de la adoración es el interior de uno mismo, es el corazón. La mujer continúa con sus preguntas «Sé que un Mesías debe venir» y Jesús se revela «Yo lo soy, yo que te hablo». Este momento es cuando se establece el verdadero encuentro con ella. La mujer está llena de una alegría desbordante y proclamará lo que ha descubierto. Ella se convierte en discípula de Cristo.

Encontrar a Jesús en nuestro propio interior, adorarlo, escuchar, dialogar con Él y hacer camino en esta Cuaresma nos ayudará a ser nosotras también discípulas de Cristo.

HNA EUPHRASIE AKIMANIZANYE
Vicariato SAINT FRANÇOIS COLL