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SERVIDOR DE LA PALABRA

15 febrero, 2021

Corría el año 1912, centenario del nacimiento de San Francisco Coll. Hacía ya varias decenas de años que no resonaba su voz en la tierra que lo había visto nacer. Y entonces se escucha, de labios de un reconocido intelectual, esta confesión:

«No pienso nunca en el P. Coll que no se me reproduzca viva y como acabada de percibir la impresión honda, imborrable y característica de su palabra verdaderamente apostólica»[1] (Collell, p. 190).

Hoy, en tiempos de marketing y de estrategias comunicacionales nos podemos preguntar… ¿Qué le daba tal fuerza a la palabra del Padre Coll? ¿Tal vez había llegado a cierto refinamiento en el arte de predicar? Porque la palabra del Padre Coll era innegablemente penetrante, llegaba hasta lo hondo del corazón. ¿Qué podemos aprender de su palabra, de su forma de predicar?

Que Francisco Coll se formó para predicar, de eso no cabe la menor duda. Tenemos testimonios que dicen cómo, desde sus tiempos jóvenes en el convento de Gerona, se iba preparando para dar fruto en el ministerio de la Palabra. Sus hermanos de comunidad veían con gran esperanza sus cualidades para ese servicio.

Sin embargo, en la predicación de San Francisco Coll, no se trata ante todo ni de técnicas, ni de estrategias, ni de elocuencia, ni de erudición. Y menos de cálculos humanos, de búsqueda de elogios, ni de cualquier tipo de artificio. ¿Qué encontramos en ella? Una increíble pasión ―el celo apostólico―; una sencillez muy propia; una enorme capacidad expresiva en la que el gesto corporal y los matices de la voz llegaban a los entresijos del alma; un lenguaje vivo y cercano; una profunda conexión con el pueblo, con sus preocupaciones, con su sed. Y, como fundamento de todo aquello, una decidida confianza en la fuerza de la Palabra divina.

  • Una increíble pasión (el celo apostólico):

«Siendo el que suscribe todavía estudiante, conoció al P. Coll. En la iglesia de Santo Domingo de esta ciudad predicaba un día un sacerdote con un fervor nunca oído. Me llamó la atención, y salido que hube de la iglesia pregunté quién era, y me contestaron: «el P. Francisco Coll, religioso Dominico». En adelante ya no me admiré de que la fama publicase que el P. Coll convertía muchas almas; pues aunque no se sirviera de elocuencia humana, no podían dejar de rendírsele al oír aquellas frases, salidas del corazón encendido en el amor de Jesucristo y en vivísimos deseos de cooperar a la salvación de los pobres pecadores» (P. Clotet, cmf en Testimonios, p. 693s).

  • Una sencillez muy propia:

«Humilde por nacimiento y no menos por elección, se advertía en él despreocupación por los aplausos; y su voz atronadora cual trompeta evangélica en las iglesias rurales y en las basílicas, resonó siempre non in sublimitate sermonis [no con la excelencia de la palabra: 1 Co 2,1], sino con suma sencillez, que no cuadraría bien en otros, me atrevería a decir, característica en él» (P. Enrich, OP en Testimonios, p. 586).

  • Una enorme capacidad expresiva:

«Su voz llena y sonora… sabía tomar todas las inflexiones no buscadas con industria, sino espontáneas y naturales, desde el apóstrofe vehemente…  hasta la dulce y atractiva suavidad del silbido amoroso del Buen Pastor que busca la oveja perdida; y cuando se llegaba al final del sermón… y resonaban por las bóvedas del templo, o debajo de la bóveda del cielo cuando predicaba en pleno campo, aquellos inolvidables gritos de aspiración a la vida eterna, a la bienaventuranza eterna, el auditorio se sentía subyugado por una fuerza superior…» (Collell, p. 190s).

  • Un lenguaje vivo y cercano:

«Orador popular lo era en toda su extensión y en el verdadero sentido de la palabra. Nuestra lengua la había bebido con la leche de su madre, allí en el corazón de la montaña, bajo la peña de Montgrony; todo el elemento más genuino y más hondamente vital del idioma, lo llevaba como unido con su sangre de hijo del pueblo; la nativa riqueza de semejanzas y comparaciones y el tesoro de nuestro léxico en sus formas más genuinas y más pintorescas, lo poseía en abundancia inagotable; y este tesoro natural valorado por un caudal de sólida doctrina y animado … por el celo devorador del apóstol… causaban en los oyentes un efecto irresistible» (Collell, p. 190).

  • Una profunda conexión con el pueblo:

«Los pueblos, verdaderamente, tienen hambre de la divina palabra, y cuando encuentran algo que les hable al corazón, se rinden y mudan de vida. Dios no dé muchos hombres apostólicos como el P. Coll, y Dios nos volverá a la paz, que tanto necesitamos» (Mons. Guardiola en Testimonios, p. 725).

«Predicaba a la apostólica, como acostumbran a decir algunos cuando se predica sencillo… predicaba para el pueblo, y éste correspondía» (Pbro. I. Perramón en Testimonios, p. 744).

Este conjunto de cualidades suyas tan características ―nacidas de una especie de autenticidad personal como predicador y de una atención verdadera a su destinatario, el pueblo― provocaban en su auditorio una sincera conmoción que dejaba profunda huella. Sin embargo, todo hubiera fracasado si sus oyentes se hubieran quedado prendados en la persona misma del Padre Coll: « ¡qué gran predicador, qué apóstol, qué oratoria!». Él no cayó en la trampa… Se sabía, ante todo, enviado, portador de una Palabra mayor que la suya, confiado en la fuerza de esa Palabra que actúa eficazmente en los corazones. Y por eso era un servidor, porque ponía en juego todo su espíritu y su cuerpo al servicio de esa Palabra, liberando espacios para que Ella actúe, haciéndose canal:

«De los sermones del P. Coll no se salía diciendo ‘qué bien se explicó’, sino que se salía conmovido, haciendo examen de conciencia y con sincero deseo de salvarse» (Collell, p. 191).

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Padre Coll: En este tiempo de Cuaresma que iniciamos nos sabemos necesitados de continua conversión. Enséñanos a poner, cada vez más, todos nuestros dones al servicio de la Palabra de Dios, y a llegar a ser, como tú, humildes canales que desborden Agua Viva para la sed de nuestros hermanos y hermanas.

Hna. Luciana Farfalla

[1] Jaume Collell i Bancels (Vic 1846-1932), reconocido eclesiástico, escritor y periodista. Todas las citas de Collell provienen del discurso «Un apóstol», aparecido en la compilación Sembrant arreu, Tipografía Balmesiana, Vic, 1927; pp. 187-193; agradecemos a la Hna. Antonia Missé la traducción del catalán.