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SE NECESITAN MUJERES COMO ELLA

29 abril, 2021

Hoy se celebra la memoria de santa Catalina de Siena, una santa mística y luchadora. Su testimonio sigue muy vivo en la vida de la Iglesia y, de manera particular en Italia, país de la que es patrona junto con san Francisco de Asís, otro santo muy popular en el país transalpino y en todo el mundo. Y más aún desde que el papa Francisco decidiera adoptar su nombre. La santa es también copatrona de Europa desde 1999, por expreso deseo de san Juan Pablo II. Catalina nació en la ciudad toscana de Siena, indisolublemente ligada a su nombre, el 25 de marzo de 1347. Murió tal día como hoy en Roma, a la edad de 33 años, en 1380. Vivió, pues, en la segunda mitad del siglo XIV, un siglo tormentoso para la vida de la Iglesia. Dos años antes de su muerte estalló el llamado “cisma de Occidente”, que no terminó hasta bien entrado el siglo XV.

Igual que santa Teresa de Jesús fue la gran santa del convulso siglo XVI en España, Catalina lo fue del siglo XIV en Italia. Ambas son doctoras de la Iglesia. He visitado la tumba de santa Catalina muchas veces en la iglesia de Santa María sobre Minerva, considerada la única iglesia gótica de Roma. [Os recomiendo hacer una visita virtual en el enlace anterior. Podéis contemplar el precioso techo abovedado y estrellado de la nave central e incluso orar ante la tumba de la santa]. Como su mismo nombre indica, esta iglesia, regentada por los dominicos, está construida sobre el templo pagano dedicado a la diosa Minerva. En la plaza que hay frente a ella se encuentra el célebre elefantito de Bernini que tanto suele gustar a los niños. La sobria fachada no deja adivinar el hermoso interior de una iglesia que acoge también los restos de fray Angélico, el gran pintor dominico del siglo XV.

Para conocer sucintamente la vida de Catalina, y sobre todo su mensaje espiritual para nosotros, os recomiendo leer la silueta que hizo de ella el papa Benedicto XVI en una de sus catequesis de los miércoles, concretamente el 24 de noviembre de 2010. Lo que más me impresiona de esta mujer es la combinación de experiencia mística y compromiso político, por usar expresiones poco medievales, pero muy utilizadas hoy. Su amor por Jesús y por la Iglesia la llevó a tomar decisiones valientes. Escribió cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones, manteniendo correspondencia con las principales autoridades de los actuales territorios de Italia, rogando por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del papa a Roma desde Aviñón. Se relacionó mucho con el papa Gregorio XI (1330-1378), emplazándolo a reformar el clero y la administración de los Estados Pontificios.

De entras las muchas frases célebres que conservamos de Catalina, elijo una: “Avete taciuto abbastanza. È ora di finirla di stare zitti! Gridate con centomila lingue. Io vedo che a forza di silenzio il mondo è marcito”. En español podría sonar así: “Ya os habéis callado bastante. ¡Es hora de dejar de estar con la boca cerrada! Gritad con cien mil lenguas. Veo que a fuerza de silencio el mundo se ha podrido”. Es una frase que se podría pronunciar hoy. A veces tengo la impresión de que nuestro mundo se pudre porque, para evitarnos problemas, preferimos no levantar la voz ante todo lo que atenta contra los seres humanos. Nos acostumbramos a realidades que no son normales hasta que el paso del tiempo nos abre los ojos. Entonces, a veces demasiado tarde, nos rasgamos las vestiduras. 

Nos hemos “acostumbrado” a que mueran miles de inmigrantes en el Mediterráneo, en el Atlántico o en la frontera entre México y Estados Unidos, a que cada año se practiquen más de 70 millones de abortos en el mundo, a que 820 millones de personas padezcan hambre, a que se “compre” (lenguaje esclavista) un futbolista por 100 millones de euros, a que el gasto anual en armamento supere el billón y medio de dólares, a que la prostitución sea una práctica tolerada, a que se viertan a la atmósfera más de 36.800 millones de toneladas de CO2 cada año, a que dejemos de creer en Dios como si no pasara nada…

Las palabras de santa Catalina suenan como un mazazo: Ya os habéis callado bastante. ¡Es hora de dejar de estar callados! Gritad con cien mil lenguas”. El desafío no consiste solo en denunciar y gritar, sino en ser consecuentes con lo que decimos. Palabras y obras deben ir de la mano. De Catalina seguimos hablando seis siglos después de su muerte porque no se limitó a decir y escribir. Su vida fue un fiel y apasionado reflejo de lo que pedía a los demás. No se detuvo ni siquiera ante el papa. Al mismo tiempo que reconocía su figura como la del “dulce Cristo en la tierra”, le recriminaba su conducta con una valentía profética que pocas veces hemos visto en la historia de la Iglesia. Mujeres como ella pueden despertarnos del sopor producido por lo “políticamente correcto”, por un estilo de vida que traga casi con cualquier cosa con tal de no perder la cuota de tranquilidad que nos permite seguir viviendo con placidez, aunque sea a costa de muchas otras personas inocentes.

Me vienen a la mente unas palabras pronunciadas por los discípulos de Emaús cuando le contaban a Jesús lo que había sucedido en Jerusalén: “Algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado” (Lc 24,22). También hoy necesitamos que muchas de nuestras mujeres nos sobresalten, nos digan que ya hemos callado bastante y nos inviten a asumir compromisos. De hecho, en la vida de la Iglesia y de la sociedad son muchas las mujeres que están denunciando casos de abusos sexuales y de violencia doméstica, de dominación machista, de clericalismo trasnochado, de políticas deshumanas, de competitividad absurda, de contaminación ambiental, de explotación de la infancia, de una sanidad despersonalizada, de oligopolios farmacéuticos … Necesitamos mujeres, como Catalina de Siena, que, llenas de amor a Jesús y a su Iglesia, levanten con fuerza la voz y acompañen su denuncia con el testimonio de una vida coherente y entregada. Cada vez lo veo más claro. Ellas, portadoras de la vida, saben mejor que nadie cómo podemos y debemos vivir de otra manera.

Gonzalo Fernández Sanz CMF

Fuente: El rincón del Gundisalvus