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SAN FRANCISCO COLL, MISIONERO APOSTÓLICO

19 febrero, 2011

SAN FRANCISCO COLL i GUITART, sacerdote dominico. Fundador de la Congregación de HERMANAS DOMINICAS DE LA ANUNCIATA. Canonizado por Benedicto XVI en Roma, el 11 de octubre de 2009.

Vamos presentando aspectos de la Vida de San Francisco Coll. Aspectos relativos a su vida de relación con los demás, vida espiritual y vida sacerdotal y dominicana. Son testimonios que destacan su manera de ser, sus virtudes, sus hábitos y nos van revelando quién era el Centro de su vida.

Las frases o relatos que irán apareciendo se encuentran en el libro TESTIMONIOS, escrito por el P. Vito T. Gómez op. Magnífica Obra que recoge infinidad de testimonios de personas que conocieron al Padre Coll, convivieron con él y otras que escucharon lo que de él se decía. Destacan los testimonios de las primeras Hermanas de la Congregación, quienes recibieron directamente sus enseñanzas sobre la vida religiosa de una Dominica de la Anunciata, objetivos de la Fundación y estilo a seguir.

La Obra Testimonios, al igual que otros escritos sobre Francisco Coll: Obras completas, biografía, se puede consultar en la BIBLIOTECA DIGITAL de esta misma web.

MISIONERO APOSTÓLICO

Era un convencido de la eficacia del trabajo misionero en equipo; misionó con Dominicos, Jesuitas, Claretianos, Agustinos y Sacerdotes diocesanos. Sus misiones eran pedidas por los Párrocos y Ayuntamientos a los Obispos. Solían comenzar con ejercicios espirituales al clero de la comarca; estos ejercicios constituían un paso muy favorable para el desenvolvimiento de la misión.

La recepción de los misioneros se cuidaba en sus diferentes detalles, en un clima siempre de sencillez y cordialidad. Salían a esperarlos a las afueras de la población, después los acompañaban a las iglesias, donde invocaban la asistencia del Espíritu Santo con el canto del himno Veni, Creator Spiritus. Tras un breve saludo, clero y autoridades acompañaban a los misioneros a la casa que les habían acomodado para que residieran en comunidad; no solía ser la parroquial.

En términos generales las misiones duraban unos veinte días. En ocasiones tenían que alargarlas para poder cumplir con tantas demandas como les presentaban. La misión comenzaba el mismo día de la entrada; desde las afueras del pueblo se formaba a veces una procesión cantando himnos penitenciales hasta llegar a la iglesia; ya en la parroquia el Director del grupo hacía un sermón introductorio en que resaltaba el beneficio de la misión, adelantaba el programa de actos y animaba a la asistencia.

En algunos lugares comenzaba la jornada al amanecer con el canto del Rosario de la Aurora por las calles; en otras, a primera hora, se rezaba en la iglesia con explicación de los Misterios; después tenía lugar una plática y la celebración de la Misa. Todo ello muy temprano para no impedir el trabajo. Por las noches se volvía a rezar el Rosario, se explicaba algún punto de doctrina cristiana y se concluía con un sermón.

Los domingos y festivos estaban dedicados más intensamente a la misión; a primera hora de la tarde se rezaba el Rosario seguido de explicación de algún tema de doctrina cristiana; después tenía lugar el sermón, que solía ser largo. Durante la mañana se había desarrollado según costumbre la celebración de las Misas, y las gentes de los pueblos vecinos iban llegando para participar en los actos de la tarde; caminaban en procesión acompañados por sus Párrocos y cantando el Rosario. En estos días se predicaba frecuentemente en las plazas.

Los misioneros tenían todos los días su horario de confesiones aunque, por el gentío que esperaba su turno, no siempre pudieran limitarse a las horas que habían programado. Cercana ya la clausura se celebraba la Misa de Comunión general en la que participaban muy numerosos fieles. A veces no encontraban lugar más apropiado para este acto que una plaza.

Los misioneros recibían de limosna su alimento; les preparaba la comida un cocinero seglar o un hermano cooperador que llevaban en el equipo; lo sobrante al final de la misión se lo daban a los pobres.

El sermón de despedida solía producir una emoción intensa, que se traducía frecuentemente en forma de lágrimas. Era bastante común que la gente encontrara corto el tiempo que les habían dedicado los misioneros y les costaba despedirse de ellos.

Por lo general les acogían muy bien aunque, en ocasiones, no faltaron contratiempos que terminaron por acrecentar la estima hacia el P. Coll y sus compañeros. Los fieles acudían en gran número a las celebraciones y a los sermones.