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SAN FRANCISCO COLL: EN LA MESA CON SANTO DOMINGO (I)

7 abril, 2021

Cada santo y santa dominicos aportan algo particular a la santidad de la Orden entera. También es el caso de San Francisco Coll. En este año jubilar en que celebramos el octavo centenario de la partida de Nuestro Padre Domingo, con el lema «En la mesa con santo Domingo», sería bueno profundizar en el aporte del Padre Coll como miembro de la Orden de Predicadores: ¿qué matices de santidad dominicana encontramos subrayados en el Padre Coll? ¿qué desafíos ha encarnado como fraile predicador, que pueden inspirar hoy a toda la Familia Dominicana? Estas mismas preguntas se las hacía Fr. Vincent de Couesnongle O.P., Maestro de la Orden, en vísperas de la Beatificación del P. Coll. Ya han pasado varios años, pero su reflexión sigue siendo de gran actualidad. Vamos a compartir, en dos entregas, algunos extractos de la Carta ―titulada «La predicación itinerante»― que envió a la Orden como preparación para ese acontecimiento. En la entrega de hoy nos centramos en la tenacidad de una vocación dominicana que supo superar toda clase de obstáculos.

«La tenacidad de una vocación dominicana

El P. Coll ha vivido su vocación con tenacidad. Que él haya llamado a la puerta del convento de Gerona, después de haber sufrido un primer rechazo en Vich, no es lo más destacado en su vida. Lo más importante son los años que han venido a continuación. Hay que conocer el ambiente anticlerical que reinaba entonces en España, para apreciar la fuerza de convicción del P. Coll. Él vivió en esta situación como un extranjero. Una vez comprometido en un ministerio itinerante que llena sus aspiraciones, no se interroga más sobre el modo de vida que debe hacer propio: ¿volver a entrar en una diócesis? ¿Abandonar el país? ¿Partir hacia misiones? Fiel al ideal, sigue adelante. En la medida de lo posible, cumple las exigencias de su profesión religiosa, viviendo plenamente, ante todo, lo que constituye la razón de ser más profunda: la predicación itinerante del pobre según el Evangelio.

Aquí el P. Coll debe provocar nuestra reflexión. Él ha vivido en un «mundo difícil». El nuestro es bien distinto del suyo, pero no es menos duro. Y, sin ser pesimista o profeta, puede pensarse que ser fiel a su vida dominicana, como a toda vida religiosa, será más difícil aún en los años siguientes. Le basta estar atento a lo que supone todo cambio de cultura y de civilización.

Una de las mayores dificultades de nuestra vida ¿no será, quizás, este exceso de facilidades materiales que nos rodean: confort, comodidades de todo tipo, coche, lugares de descanso y de distracciones, etc.? Si somos capaces de utilizarlas siempre para servir mejor a la Palabra de Dios, no habrá más que dar gloria al Señor. ¿Pero es así o somos frecuentemente esclavos de tales medios?

Esta dificultad resulta mayor porque, so pena de ser infieles a nuestra vocación de predicadores de la fe, no tenemos el derecho de cerrar nuestros ojos a la realidad. Un biólogo que prepara nuevas vacunas puede ser afectado por la enfermedad que quiere curar. Y lo mismo nos puede suceder a nosotros. Entonces el mayor mal reside en nuestra falta de convicciones y de vitalidad religiosa ya que, en virtud de la profesión y gracia de estado, debiéramos ser capaces de afrontar estas dificultades sin correr el riesgo de destruirnos.

¿Cuáles son nuestras convicciones? ¿Tenemos esta firmeza, esta perseverancia, esta tenacidad, sin las cuales nuestra vida dominicana no puede más que seguir a remolque, dejándonos insatisfechos?… ¿Estamos bastante convencidos ―yo diría, bastante preocupados― del apostolado que hacemos?

En fin, hay que crear convicciones. Existen motivaciones profundas y personales que cabe suscitar e insertar cada vez más en lo íntimo del ser. Esta inserción no puede crecer más que gracias al desarrollo de toda la personalidad en su encuentro vivo con Dios, luz y fuerza de toda vida»[1].

Así lo hizo San Francisco Coll, y esa fidelidad con la que vivió su vida dominicana (de sus 45 años de dominico, pasó casi 40 fuera del convento) es hoy para toda la Familia Dominicana un testimonio de convicción, de lealtad y de amor a la vocación y a Nuestro Padre Santo Domingo.

[1] Fr. Vincent de Couesnongle O.P.; extractos de la Carta a la Orden «La predicación itinerante», 25/09/1978.