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REY DEL AMOR CLAVADO EN LA CRUZ

19 noviembre, 2022

El año litúrgico acaba con la fiesta de Cristo rey. Jesús pasó la vida anunciando el reino de Dios y realizando signos liberadores y sanadores que indicaban lo que podía ser el reino de Dios. No es extraño que, después de haber hablado tanto de este reino, el gobernador de Roma, en un juicio en el que sus enemigos le acusaban de ser competidor del emperador de Roma, le preguntase si era rey. Jesús no negó que pudiera ser rey, pero dejó muy claro que su realeza no tenía nada que ver con el modo como los reyes y gobernadores de este mundo ejercían el poder. El de Jesús era el poder del amor y no el del dominio y la opresión.

Una vez en la cruz, los enemigos de Jesús, esos que piensan que con el poder se logra todo, se ceban con él, y le desafían a que baje de la cruz, ya que un rey, y más un rey con poderes divinos, lo menos que puede hacer es salvarse a sí mismo. Si no demuestra su poder no es digno de crédito. Y el poder se demuestra, según los criterios humanos, en los gestos espectaculares o en la capacidad de destruir y someter. Jesús, a lo largo de su vida ha roto con este modo de entender el poder y ha presentado un poder distinto que, lejos de destruir, construye; en vez de someter, levanta; en lugar de esclavizar, libera. En la cruz sigue manifestando este poder que, paradójicamente, resulta ser el único que puede salvar a las personas. Pues con el poder que oprime y somete quizás se puedan lograr algunas cosas, pero nunca se puede lograr lo único que importa.

Con Jesús había dos malhechores que sufrían su mismo castigo. Uno de ellos también increpa a Jesús, pidiendo la misma demostración de poder que reclamaban sus enemigos: “sálvate a ti mismo y a nosotros”. Sin duda la petición de este crucificado tiene un tono distinto al de los enemigos de Jesús, pues no es ni un desafío ni una burla, es una petición desesperada de auxilio. Y aunque sigue comprendiendo la salvación en términos de poder, su actitud, sin duda, era digna de comprensión. El otro ladrón comprende mejor la naturaleza del poder de Jesús: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Acuérdate de mi, o sea, tómame a tu cargo, no me abandones, sé como el amigo que sostiene y apoya. En esta súplica y, sobre todo, en la respuesta de Jesús: “hoy estarás conmigo en el paraíso”, queda claro, para el evangelista Lucas, que Jesús es el verdadero salvador.

El modo de morir de Jesús muestra cuál es su realeza. En el fondo, la única realeza que, lo sepa o no lo sepa, necesita el ser humano. Una realeza, fundamentada en el amor, que ofrece perdón y misericordia. Este rey crucificado no ofrece la conquista de ningún imperio ni la de ningún tesoro, sino la salvación de la propia vida, más allá de cualquier deseo o expectativa.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat