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MEDITACION DEL DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD, 16 DE JUNIO 2019

11 junio, 2019

La Iglesia nos acompaña a celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad: un Dios en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los textos de este día, especialmente el Evangelio (Jn. 16, 12-15), nos invitan a colaborar en nuestra propia felicidad a través de la apertura al Espíritu de verdad.

Dijo Jesús a sus discípulos “muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis soportarlas por ahora «.

Nunca se abarcará el conocimiento de Dios, nunca se va a terminar de hablar de su voluntad y de la verdad que emana de Él. Al igual que el grano de arena en un océano no puede conocer la inmensidad del océano que lo contiene, así el hombre ante las verdades divinas, es muy pequeño para pretender conocerlas y abarcarlas. En otras palabras, la vida de Dios que Jesús nos propone es un ideal que está más allá de nosotros y es consciente de ello. Por eso nos dice, «no podéis cargar con ellas».

«Cuando venga él, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad plena.”

Esta frase expresa la preocupación de Jesús por hacernos capaces de la vida de Dios, capaces de fraguar un camino de felicidad incluso en las dificultades de la vida a través del conocimiento del Hijo de Dios, imagen del Padre y camino que conduce al Padre. Esta capacidad solo puede hacerse realidad en nuestras vidas a través de su Espíritu de verdad. Sí, la condición sine qua non para estar a la altura del ideal que Jesús nos propone es la presencia de su Espíritu en nosotras. Para que este Espíritu nos sea enviado, Jesús debe estar con el Padre. De ahí su Ascensión que, según el Papa Francisco, inaugura una nueva forma de su presencia entre nosotros. A través de su Espíritu, Jesús está presente en medio de nosotros. Sin embargo, él vive sólo en el corazón de aquel o aquella cuya puerta está abierta para él. Y dicha puerta se abre sólo desde el interior.

De ahí el compromiso del hombre en su relación con Dios y su responsabilidad en su búsqueda de la felicidad. Es necesario sin embargo que el hombre de nuestro tiempo defina de nuevo el término «felicidad» para encontrar en Dios la fuente de su felicidad. No se trata de una felicidad exenta de dificultades, menos aún de una felicidad que exalta el sufrimiento, sino de esa felicidad que sabe cómo superar por la fe el devenir de su vida, no en una pasividad que embrutece al hombre y mutila su inteligencia, sino en un compromiso de hacer el presente siempre mejor, en su contexto social y cultural. Así pues, la apertura al Espíritu de verdad, que es responsabilidad del hombre, requiere fe y humildad. La humildad que nos permite aceptar la verdad de que las alegrías del espectacular desarrollo de la ciencia y la tecnología de nuestro tiempo no llenan por sí solas nuestros vacíos. La fe que nos permite comprender que solo Dios puede llenar nuestros vacíos y que, por consiguiente, es la fuente de nuestra felicidad.

«Todo lo que el Padre tiene es mío por eso os he dicho que el tomará de lo mío y os lo anunciará».

Es cierto que en ninguna parte de la Biblia se lee la palabra Trinidad, sin embargo hay pasajes, como éste que la Iglesia presenta hoy, que destacan la Trinidad. La Trinidad, es pues un misterio más allá de nuestra inteligencia. Sin embargo, es muy importante considerarlo y darle un lugar destacado en nuestra vida de fe, a fin de vivir la vida de Dios.

Se pueden resaltar en este versículo dos elementos importantes: por un lado la transmisión de la vida en el amor, y el amor ágape por el otro.

Fijémonos que Jesús habla aquí de su Padre. Él dice: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Lo sabemos, su Padre es Dios. Y Dios solo puede engendrar a Dios así como el hombre solo puede engendrar un hombre, el animal, un animal… Sin embargo, debe enfatizarse que este Dios-Hijo fue engendrado antes de todas las edades, según el credo de Nicea. Y de acuerdo con la primera lectura del día (Pr 8, 22-31) en la que habla la Sabiduría de Dios, Jesús participó en la creación y siempre ha existido con el Padre. Esto significa que el Padre de la eternidad engendra al Hijo. De hecho, «el Padre no puede vivir de otra manera que dando la vida. Es por eso que el misterio de la Trinidad para nosotros es el Dios que da vida en el Espíritu Santo, en el amor”. El versículo revela a la vez la existencia de un solo Ser divino en el que hay una pluralidad marcada por un amor ágape. Este amor de gratuidad absoluta, esta comunión del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo se vive en el respeto de la diferencia.

Así, el misterio de la Trinidad es el misterio del amor perfecto y de la vida que se da a sí misma. Es por eso que nosotras, creadas a imagen de Dios, estamos invitadas a

  • Dar vida en el amor: así como la vida biológica dada es el fruto de un amor ágape vivido en la pareja, así la vida divina transmitida es el fruto de una relación profunda y amorosa con Cristo que conduce a la evangelización
  • Vivir el amor ágape con el prójimo en el respeto de las diferencias.

Estas son verdades que podrían encarnarse en nuestras vidas si nos abrimos al Espíritu de verdad.

Que la celebración de la Trinidad nos lleve al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y permita que su comunión se extienda a todo el mundo para que formemos un mundo fraternal. 

Hna. Josiane

Vicariato Saint François Coll