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LA CORPORALIDAD DE JESÚS RESUCITADO Y LA NUESTRA

15 abril, 2021

Los primeros testigos indican reiteradamente que en el Resucitado se encuentran las señales humanas del Crucificado; en el Resucitado, aunque de manera nueva y distinta, se encuentran todos los signos de la corporalidad, pues es aquella corporalidad la que ha entrado en el mundo definitivo de Dios. Las llagas de Cristo resucitado son expresión de su identidad, o sea, pertenecen a su nuevo modo de resucitado. Dicho de otro modo: Jesús, vencedor de la muerte, no abandona lo caduco de su existencia mortal. La debilidad de la carne mortal ha sido asumida en la gloria del cuerpo resucitado. A Jesús y a nosotros, el Padre nos acoge con toda nuestra realidad, purificada y transformada, pero no por eso menos nuestra y menos real.

La corporalidad de Jesús resucitado se prolonga en todos los cuerpos humanos, que deben ser respetados y cuidados, primero porque son imagen de Dios y después porque Dios ama la carne y, por eso, la resucita, como decía Tertuliano. Y si Dios ama la carne, debe ser respetada y cuidada. Dios no puede estar contento cuando se mancilla o se maltrata aquello que ama. Al respecto decía en su Catequesis XVIII Cirilo de Jerusalén: “Todo el que cree en la resurrección, cuida bien de sí mismo; pero el que no cree en ella se entrega a la perdición. El que cree que a su cuerpo le espera la resurrección, respeta este vestido sin mancharlo con fornicaciones; pero quien no cree en ella se entrega a la fornicación y abusa de su cuerpo como si fuera ajeno”.

De la fe en la resurrección de la carne se deduce el respeto que merecen los cuerpos de los demás, o sea, toda vida humana, también la de los ancianos, o la de personas con necesidades especiales. En todas estas carnes hay un halo de eternidad, está la carne de Cristo, la carne de Dios (cf. Mt 25,31 ss.). Todo lo que Dios ha hecho es bueno, muy bueno (Gen 1,31; 1 Tim 4,4). Por eso merece ser respetado, cuidado y conservado.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat