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HABLEMOS ANTES DE RECORTAR

6 julio, 2020

En estos días he visto reproducida en varios medios la famosa carta que el socialista francés Jean Jaurès (1859-1914) dirigió a su hijo cuando este le pidió permiso para no asistir a la clase de Religión. Merece la pena leerla con calma. Parece escrita hoy mismo. También corre por las redes un vídeo con la intervención de Ana Oramas, diputada de Coalición Canaria, en el Congreso de los Diputados de Madrid. Habla con pasión en defensa de la controvertida “escuela concertada”.  Cita varios ejemplos en los que se muestra que la concertada no es un coto reservado a las familias pudientes ni mucho menos. Acoge a todos. Por supuesto, hay quienes critican la escuela concertada sin matices, asimilándola a la “escuela privada” y difundiendo el eslogan: “Quien quiera educación privada, que se la pague”. Es una forma demasiado burda -pero muy eficaz- de distorsionar la realidad. Hay otros que abiertamente la consideran una rémora para España.  

¿Es lo mismo “escuela privada” que “escuela concertada”? 
Evidentemente no, pero algunos se empeñan en equipararlas para matar dos pájaros de un tiro. Con la excusa de defender la escuela pública (cosa que nadie cuestiona), nos cargamos la concertada acusándola de ser privada y elitista. Es probable que lo sea en algunos casos, pero no como orientación general. Yo he tenido experiencia directa de las dos (aunque en contextos muy diferentes al actual) y de ambas guardo buen recuerdo.

Llevamos décadas con una discusión que parece interminable. No soy especialista en la materia, aunque procuro informarme y escuchar a quienes trabajan en el terreno, no solo a los expertos de gabinete, pero con poca experiencia de campo. Puede que se me escapen matices importantes. Con todo, lo esencial me parece claro. La educación es un derecho y una obligación. El Estado tiene que garantizar el primero (a todos los alumnos sin excepción) y exigir la segunda en los términos previstos por la ley. Para asegurar ambas responsabilidades, no es necesario que “estatalice” la educación, sino que la promueva, la apoye y la supervise. Lo que llamamos “escuela concertada” también se podría llamar “escuela pública” de gestión no gubernamental. Más allá de las palabras, lo que está en juego es la madura combinación de educación para todos y libertad de modelos educativos para que cada familia escoja el que mejor promueve el tipo de educación que desea para sus hijos. ¿Tan difícil es lograrlo?

Otro asunto es el de la enseñanza de la Religión. Es verdad que la escuela (incluida la católica) no es un centro de catequesis, pero, si de verdad quiere introducir a los alumnos en un conocimiento integral del ser humano, tiene que abordar el estudio del hecho religioso en general y de la religión que ha informado la propia cultura en particular. Esto no va en contra de la aconfesionalidad del Estado, ni de la laicidad de la escuela. Es -por lo menos así lo veo yo- un ejercicio de honradez intelectual y de libertad de pensamiento. Con un fundamento lo más objetivo posible, cada uno es muy libre de sacar sus propias conclusiones. Clase de Religión no significa -ni debe significar- adoctrinamiento católico, protestante o musulmánYo he estudiado a Marx en varias ocasiones a lo largo de mi vida, por ejemplo, y no por eso me he convertido en marxista, ni me parece que lo haré en los próximos años. Sin embargo, creo que sin conocer el pensamiento del barbudo alemán (un tipo bastante indeseable, por cierto) es imposible entender los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX. De igual modo, sin estudiar a fondo el cristianismo (y no solo como hecho cultural), es imposible entender la historia de Europa y la de América. (…)

Gonzalo Fernández Sanz cmf