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FIESTA DE LA ANUNCIACION

24 marzo, 2019

REFLEXIONAMOS LA PALABRA DEL DÍA DE NUESTRA FIESTA

Antes de la meditación de estos bellos textos de hoy oremos:

“Señor, así como María supo acoger el anuncio del ángel, permite que yo sepa escuchar y aceptar lo que hoy quieres decirme en oración, porque mi anhelo es que la verdad de tu Evangelio impregne mi modo de ver, pensar y actuar”.

P. Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net

En Lucas 1, 26-38, contemplamos el primero de los sucesivos “Sí” de la que conoció y amó a Jesús más que ninguna otra criatura, se trata del “Sí” fundante de María y su profunda actitud creyente manifestada en su disponibilidad a la realización del plan salvífico del Padre, en su “Hágase”. En consonancia con el versículo que se repite en el salmo y la segunda lectura de hoy (Sal 39, 7-11; Heb, 10, 4-10) esta actitud de María se ve reflejada en el “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, y que Jesús muy bien recoge cuando dice “Quien hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).  El Hágase de María la muestra haciendo posible y dando a luz -en cierta medida y casi literalmente- la redención manifestada en el Hijo de Dios que se expresa en las palabras del ángel “Concebirás y darás a luz un hijo y lo llamarás Jesús”.

María, la mujer del “Sí”, del “He aquí la esclava del Señor” y del “Hágase en mí según lo que has dicho” hace posible el cumplimiento de la profecía anunciada en Isaías 7,14: “Miren, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo y lo llamarán con el nombre de Emmanuel, que significa Dios con nosotros”, profecía que no sólo pertenece al pasado de Israel, o al presente de María,  sino que pertenece también a su futuro, a la esperanza; profecía que encuentra hoy su espacio de realización entre nosotros cada vez que, desde nuestro sí, damos a luz el Reino en los lugares y ámbitos de nuestra existencia. Vivimos en la esperanza de que hoy también la Virgen está embarazada y da a luz al Dios-con-Nosotros, al Ungido, al Salvador, haciendo nuevas todas las cosas. Hoy puede ser la plenitud de los tiempos, hoy puede ser el presente del Reino.

Detengámonos en la actitud de disponibilidad de María que nos refiere Lucas en su expresión “Hágase en mí lo que has dicho”. María no dice “haré como has dicho”, dice “HÁGASE”, es receptiva sin ser pasiva, responde voluntaria y libremente, en pleno abandono y confianza en el Dios que ama y que la ama, y del que acaba de escuchar por medio del ángel, y creer por la fe, que ha encontrado gracia en ella, que puede hacer de ella una criatura feliz. Nos encontramos inmersos en una historia de amor en la que María libremente se abandona y cae rendida ante el anuncio del ángel, con interrogantes que dejará en las manos de Dios, puesto que ya no confía sólo en sus propias fuerzas sino en la gracia de Aquel que la está llamando. Decir “hágase lo que has dicho”, es decir que se haga la voluntad de Dios a su modo, al modo de Dios, y no al nuestro. Por eso la pregunta de María no se centra en ella misma ¿por qué a mí?, sino en el modo de actuar del Totalmente Otro que la envuelve con su sombra, o mejor dicho con su luz; la pregunta de María es “cómo”, y la respuesta es: al modo de Dios, porque “para Dios nada es imposible”. María conoce que Dios sabe lo que hace, le cree y lo deja ser ajustándose a la manera de proceder de Dios. Ella, que reconoce la grandeza del Señor en su canto, pone de manifiesto su fe en que es Dios quien rige el mundo y la historia de su pueblo, le da esa potestad, deja a Dios ser Dios en su vida y en su entorno, lo reconoce y lo deja nacer, ser y actuar.

María se sabe pequeña y cree no tener las condiciones necesarias para ser la Madre del Salvador, “Como podré yo ser madre…” pero animada por el ángel que le deja la inquietud de salir presurosa a servir a su prima, es capaz de reconocer gozosa la verdad de que Dios miró su pequeñez, y en su debilidad se afirma en el Dios que hace maravillas en ella y en su pueblo. Ella magnifica el amor de Dios por los pobres y sencillos y eso la hace engrandecer su propia alma. Contemplando al Dios de los pobres se hace fuerte y valiente para la entrega y la misión, se hace magnánima y se lanza a vivir al modo de Dios y luego al modo de su Hijo Jesús, en esa opción por los necesitados de servicio, compañía y defensa de la vida por nacer, necesitados de vino en las bodas, de testimonio de fe y seguimiento de su Hijo Jesús, necesitados de que alguien sufra con ellos al pie de la cruz, necesitados de una madre y una amiga cuando se está solo y defraudado en la espera del consuelo del Espíritu que ha actuado en ella desde el comienzo de su vocación.

Lo que comenzó con una jovencita “en aquel tiempo”, “en una ciudad de Galilea llamada Nazaret”, sigue aconteciendo entre nosotros hoy, porque los frutos de su sí desplegado sucesivamente, trascienden el tiempo y el espacio, son dones y frutos compartidos de la elegida, de la mujer nacida sin pecado. La santidad de María no dista de la nuestra, creer lo contrario sería un pretexto para nuestra comodidad, para quedarnos instalados en nuestra zona de confort sin darnos posibilidad para la conversión, porque también a nosotros pecadores, nos ama Dios y también de nosotros se enamoró. No hay fronteras, no hay distancias, no hay excusas para no vivir como María en actitud de valiente y decidida entrega. Dios se ha prendado de nosotros como de María y su amor de Padre nos pone en salida, en salida a su modo, al modo de ser de Dios cuando libera a su pueblo, al modo de María que escucha, responde y sale con presteza a servir, al modo de su Hijo Jesús caminante y peregrino que pasó haciendo el bien.  Con María en Lucas, con el Salmista y con Jesús, en la carta a los Hebreos, podemos decir “Tú no has querido sacrificios ni oblación; en cambio me has dado un cuerpo… entonces dije: ‘aquí estoy. Yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley- para hacer, Dios, tu voluntad”, ese cuerpo que puso María, ese cuerpo que puso Jesús en su obra redentora, este cuerpo nuestro, de cada uno, queremos poner hoy al servicio de la Evangelización, queremos correr, salir también nosotros a servir identificados con Jesús y con María como ellos se identifican entre sí. ¿Podemos también nosotros poner todo nuestro ser, alma y cuerpo, nuestro hombro y nuestra vida para que acontezca el Plan de Dios? María se asemeja a su Hijo en la entrega y la misión, es discípula y enviada de un Hijo al que sigue como a su maestro desde la concepción hasta el cumplimiento de la promesa del Espíritu Santo Consolador y Paráclito. Ella es, como advierte el Papa Francisco, haciendo eco del canto de Dante en La Divina Comedia, el rostro más parecido al rostro de Jesús, ¿podremos también nosotros hacer presente el rostro de Dios a los hermanos?

“Ahora contempla el rostro que al de Cristo
más se parece, pues su brillo sólo
a ver a Cristo puede disponerte.»

(Dante, Paraíso, XXXII, 87 en La Divina Comedia, hablando de María)

Podemos ahora, inspirados en la oración del Papa Francisco, decirle a María:

María mujer de la ESCUCHA, que se abran nuestros oídos para escuchar la voz del Padre y de la realidad que clama en el grito silencioso de nuestros hermanos; María, mujer de DECISIÓN, que podamos hacer la voluntad de Dios sin vacilaciones; María, mujer de ACCIÓN, que nuestras manos y nuestros pies se muevan presurosos hacia los demás para llevar la caridad y la luz del Evangelio al mundo. Amén.

Hna. Rina Fernández

Provincia “Santa Rosa de Lima”