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¡ESTAMOS DE FIESTA EN LA ANUNCIATA!

29 agosto, 2019

Estos días la colina de Ruli, Rwanda, se ha vestido de fiesta y celebrado con inmensa alegría un gran acontecimiento para la Congregación y para el pueblo: hace 50 años, en 1969, llegaban las primeras hermanas misioneras Dominicas de la Anunciata. Aquellas hermanas, humildes como el pequeño grano de mostaza del Evangelio, pero intrépidas, valientes y, sobre todo, llenas de fe y de amor para dar a manos llenas, abrieron caminos nuevos para toda nuestra familia religiosa. Oigamos el eco de aquellos lejanos acontecimientos en nuestras Crónicas:

“La diócesis de Vic pidió a la Congregación que le ayudara en la tarea misional que había emprendido, enviando a Ruanda una comunidad que pudiera misionar, junto a los sacerdotes que trabajaban allá desde hace unos años. Se trataba de organizar y mantener un dispensario, un centro nutricional y una especie de escuela de hogar. Todo ello en Ruli, colina apartada de la capital, más por las pésimas comunicaciones que a ella la unen, que por la distancia que las separa (unos 80 km). La Priora General, M. Adela González y su Consejo, abiertas decididamente a la acción misionera, aceptaron la invitación. En octubre, tuvo lugar en Vic la ceremonia de la imposición de crucifijos a las primeras misioneras de la diócesis que partirían para Ruanda: HH. Teresa Reixach, Pilar Santamaría y Mercedes Ticó. Lo recibieron de manos del Sr. Obispo, Dr. Masnou. La iglesia de la Casa Madre estaba llena a rebosar…”. El 13 de octubre ya estaban en su destino las  HH Teresa, Mercedes, y la H. Gabriela Tíndel, de Francia (que estuvo por breve tiempo). A los pocos meses se les unió la H. Pilar.

“En un principio estuvo cada una en diversos centros del país para prepararse a su tarea”; en esa formación  se destacaban los “estudios de la lengua kinyarwanda y otras materias para adquirir algún conocimiento del país, de sus habitantes y de su nuevo género de trabajo. Por fin, el 14 de noviembre de 1970 pudieron abrir el dispensario, aun sin estar del todo concluidas las obras. La H. Teresa Reixach visitaba a los enfermos; en la colina, la enfermera hace las veces de médico. La ayudaban la H. Mercedes Ticó y la H. Pilar Santamaría que se ocupaba del laboratorio de análisis, instalando su microscopio encima de un cajón, al aire libre. Carecían de luz y de agua. Ésta se había de traer de un manantial situado al pie de la colina, distante cuarenta y cinco minutos del dispensario, circunstancia ésta que en la época de sequía acarreaba graves problemas. Pronto afluyeron los enfermos en número considerable. Prestaban valiosa ayuda a las HH. unas jóvenes nativas que hacían las veces de intérpretes. Así ha quedado implantada, en 1969, en tierra africana, la obra del P. Francisco Coll[1].

Con esas sencillas pero contundentes palabras termina la cronista su informe… ¡y así fue! ¿Quién hubiera podido imaginar en aquellos humildes comienzos que, cincuenta años después,  la obra del Padre Coll en tierra africana esté tan rebosante de vida? Como en el Evangelio, el pequeño grano de mostaza, regado con la entrega de tantas hermanas, se convirtió en un árbol fecundo y hospitalario: el Vicariato Saint François Coll. Expandido en cuatro países ―Rwanda, Costa de Marfil, Benín, Camerún― con doce comunidades, noventa hermanas…¡con el gozo de la reciente profesión de diez novicias! Comprometidas en escuelas pequeñas y grandes, dispensarios de salud y centros hospitalarios, internados para facilitar el estudio a jóvenes de las aldeas, alfabetización, catequesis, trabajo con migrantes, animación rural…

Como diría nuestro querido Padre Coll ¡¡Sí, sí, no lo dudéis, esto es Obra de Dios y Obra de María!! Ya podemos seguir entonando juntas: “La misericordia del Señor cada día cantaré…”

[1] Crónica de la Congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata, Tomo IV, Madrid, 1982.