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ESPÍRITU DE VERDAD

22 mayo, 2023

“El espíritu de la verdad guía hasta la verdad completa” (Jn 16,13). Ahora bien, nosotros, seres limitados, nunca percibimos del todo la verdad, siempre hay aspectos que se nos escapan. La verdad es algo que se va haciendo y descubriendo. Pues la Verdad, en definitiva, se identifica con Dios: él es la Verdad. Nosotros solo percibimos algunos destellos de su luz inaccesible. Somos peregrinos que caminamos hacia el misterio de Dios, que es la Verdad, pero precisamente por ser un misterio que nos sobrepasa, lo percibimos oscuramente y nunca acabamos de abarcarlo, lo que significa que el encuentro con la verdad se convierte en una tarea permanente y en una búsqueda que nunca se acaba.

El Espíritu guía hacia la verdad. Si necesitamos un guía es precisamente porque nosotros no somos maestros de la verdad, sino aprendices y mendigos. ¿Y como nos guía? No de forma automática ni haciendo magia, pues el Espíritu nunca anula la personalidad, sino que la potencia. Dios nunca actúa sin nosotros. Por eso el Espíritu nos guía hacia la verdad a través de nuestro esfuerzo y de nuestro pensamiento. Jesús, maestro en estas cosas del espíritu, indicaba la necesidad de investigar las Escrituras (Jn 5,39), o de discernir los signos de los tiempos para que cada uno pudiera juzgar por sí mismo lo que es justo (Lc 12,56-57). Esto quiere decir que el pensamiento forma parte de nuestra acepción de la revelación de Dios.

La verdad no es algo que se nos da hecho, sino algo que hay que acoger y asimilar. Pensar, argumentar, estudiar o incluso estar en desacuerdo pueden ser caminos que nos conducen a la verdad. Pues el argumentar o estar en desacuerdo estimulan el pensamiento en su acercamiento a la verdad. Tenemos el gran ejemplo de Tomás de Aquino, este gran maestro del pensamiento, que comenzaba siempre sus búsquedas y reflexiones con las objeciones de los que no pensaban como él, objeciones que tomaba muy en serio. No tanto para hacerles ver que estaban equivocados, cuanto para acoger la parte de verdad que tenían. Pues él estaba convencido de que “toda verdad, la diga quien la diga, procede del Espíritu Santo”.

Ya san Pablo había recomendado: “no extingáis el espíritu”; y para ello: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tim 5,19.21). Para que el Espíritu no se extinga no hay que temer a los que no piensan como nosotros; hay que escucharles con atención. Ellos también pueden conducirnos hacia la verdad. ¡Con cuanta más razón, en esta búsqueda de la verdad, tendremos que escuchar a nuestros hermanos en la fe! Todos han recibido el Espíritu Santo, que les hace capaces de discernir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso (Heb 5,14; Fil 1,9-10). La docilidad al Espíritu se manifiesta en la escucha de nuestros hermanos y en la atención que les prestamos.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat