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EL DIOS-VACUNA

21 septiembre, 2020

Si hay una coletilla que se repite con frecuencia en los últimos meses al final de muchas frases es esta: “hasta que (no) llegue la vacuna”. No podremos viajar como antes, no podremos celebrar fiestas familiares, no organizaremos festivales de música y acontecimientos deportivos, no abriremos los locales de ocio, no celebraremos congresos y asambleas… “hasta que (no) llegue la vacuna”. La famosa vacuna se presenta con aires mesiánicos, casi como si fuera un diosecillo al que tenemos que invocar con todas nuestras fuerzas para que nos visite cuanto antes. Parece que nuestro futuro depende de que algunos científicos la descubran, las empresas farmacéuticas la comercialicen y todos podamos preparar nuestro sistema inmunológico para luchar contra el virus. No sabemos cuánto tiempo se tardará. Algunos hablan de pocas semanas y otros de varios años.

¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Nos recluimos en casa? ¿Dejamos de vivir? También aquí tenemos que dejarnos enseñar por los más pobres. Si en África, por ejemplo, hubieran tenido esta actitud derrotista, hace tiempo que el continente de la vida estaría sumido en una crisis insuperable porque las amenazas son múltiples. Se lleva hablando de una vacuna contra el paludismo desde hace décadas y no acaba de llegar. La gente sigue muriendo. La ciencia no acaba de encontrar la solución. En 2018, se estimaron 405.000 muertes por malaria en todo el mundo. Es verdad que en solo ocho meses llevamos ya casi un millón a causa del Covid-19, pero eso no debe impedirnos seguir viviendo. Igual que en África y en otras regiones del mundo han aprendido a vivir con el riesgo de contraer el paludismo y toman medidas de protección, también en Europa y América tenemos que aprender a convivir con el coronavirus adoptando algunas medidas protectoras, pero sin entrar en “modo pánico”. Aquí en Italia vivimos un mes de marzo dramático, sobre todo en las regiones del Norte. Ahora, a comienzos del otoño, sigue habiendo casos de contagios y muertes, pero la situación parece manejable. Roma está recuperando, poco a poco, su ritmo ordinario, aunque muchos hoteles siguen cerrados. Se ve que los turistas no acaban de fiarse.

Este año de la pandemia, por esta zona el otoño comenzará el martes 22 de septiembre a las 15,31. Eso significa que hoy lunes es el último día del verano. Creo que no he vivido un verano más atípico en toda mi vida. Al principio de la pandemia, soñábamos con que el verano marcase el regreso a la vida normal, pero la verdad es que − exceptuando algunas semanas más tranquilas entre julio y agosto – la pesadilla sigue. La temida segunda ola se ha adelantado al comienzo del otoño. Ya nadie se atreve a hacer previsiones. Se confía en el “dios-vacuna”. ¿A qué “dios” nos encomendaremos cuando comprobemos que la vacuna se retrasa más de lo previsto o que no es tan eficaz como deseábamos? Mientras me hago estas preguntas, caigo en la cuenta de que hoy es la fiesta de san Mateo, el judío que pasó de cobrador de impuestos para los romanos a seguidor del Nazareno. El cambio no lo hizo por propia voluntad, sino porque Jesús se fijó en él y lo invitó a seguirlo. Debió de ser tan grande la atracción de Jesús que Mateo no pudo resistirse. Confieso que a veces, cuando caigo en la cuenta de la enorme encrucijada de caminos que nos ha tocado vivir, echo de menos una experiencia magnética que me atraiga irresistiblemente. Pero parece que Dios, salvo en contadas excepciones, no suele utilizar este procedimiento. A nosotros nos toca buscarlo, dar tumbos, caernos, volvernos a levantar y seguir buscando. De hecho, el texto de Isaías que leímos ayer en la primera lectura, comenzaba así: “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca” (Is 55,6). Buscar e invocar son los verbos de todo creyente. Con o sin vacuna, Dios sigue invitándonos a estar siempre vigilantes y a orar: “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26,41). En la vida de fe, no hay una vacuna que nos permita bajar la guardia. No creemos después de haber buscado, sino que creemos buscando siempre. (…)

Gonzalo Fernández Sanz cmf

Fuente de la entrada: El rincón de Gundisalvus