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DONDE ESTÁ EL ESPÍRITU, ALLÍ ESTÁ LA LIBERTAD

18 mayo, 2023

“Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Co 3,17). Esta libertad que da el Espíritu no es la libertad tal como la entiende el mundo. No se trata de que cada uno puede hacer lo primero que se le ocurra, actuando sin control alguno, haciendo incluso lo que es malo para él o para los demás. Tampoco se trata de la libertad tal como la entienden algunos políticos, que se dedican a hacer leyes para que las personas estén liberadas de lo que ellos consideran opresiones religiosas o sociales: libertad para abortar, libertad para matarse (eutanasia), libertad para ocupar propiedades ajenas. En fin, libertad para hacer el mal. San Pablo conocía esa libertad para hacer el mal, pero dejaba claro que esa no era la libertad que nos traía Cristo. A los cristianos gálatas les dice: “hermanos, habéis sido llamados a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes, al contrario, servíos por amor los unos a los otros” (Gal 5,13). Cristo nos libera del pecado para el amor. Es una libertad “de” y una libertad “para”; siempre es una libertad cualificada. Y su objetivo es el amor.

Una de las insistencias del Nuevo Testamento es la libertad del creyente frente a la ley. No se trata de la ley de Dios, sino de las leyes de los hombres, o mejor, de las leyes religiosas interpretadas por los hombres. En este sentido tiene una cierta similitud con las leyes de la carne. Pero va más allá. Pues es una libertad que tiene que ver directamente con el modo de vivir y entender la religión, o sea, la relación con Dios. La libertad que da el Espíritu se opone al servilismo de la letra de la ley, no a su intención profunda. Pues la intención de la ley es la búsqueda del bien, la búsqueda de la justicia. Este es el principio que debe guiar todas nuestras acciones, tal como se desprende de la enseñanza de Jesús. Pero cuando esta intención del bien y de la justicia se traduce en una legislación concreta, pudiera suceder que en algunas ocasiones quedarse en la letra no fuera suficiente o incluso contradijera el principio que ha inspirado la letra. Y entonces la ley se convierte en esclavizante.

Las palabras de Jesús a propósito del sábado resultan aleccionadoras: “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Jesús quebranta la ley del sábado, pero realiza su intencionalidad profunda. El precepto del sábado busca el bien, la felicidad, el descanso del ser humano, y que el hombre recuerde que tal descanso y felicidad proceden de Dios. Por eso, Jesús no pretende quebrantar el culto a Dios que recuerda el precepto sabático, sino realizar el sentido que tiene tal culto: la búsqueda del bien del hombre enfermo, al que Jesús cura y devuelve la ilusión y la alegría. “¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?” (Mc 3,3). Esta pregunta descoloca a los legistas, pues éstos entienden que es bueno lo que la ley manda y malo lo que la ley prohíbe, mientras que Jesús indica que es bueno lo que favorece al ser humano y malo lo que lo destruye.

Martín Gelabert Ballester, OP

Fuente: nihilobstat