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COMENTARIO DE LA PALABRA DOMINGO DE RAMOS CICLO B 2024

19 marzo, 2024

Isaías 50,4-7; Salmo 21; Filipenses 2,6-11; Marcos 14,15-47

Entregarse libremente como Cristo

«¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Bendito sea el Reino que viene, el Reino de David, nuestro padre. Hosanna en las alturas», es el final del Evangelio de este domingo. Recordemos que la aclamación «hosanna» viene del hebreo «hoscha na»(salva, te rogamos) y es un grito de triunfo, un grito de alegría y un canto de triunfo. Tomada del salmo mesiánico 118,22-26, se utilizaba antiguamente en la liturgia judía y se cantaba sobre todo en las grandes ocasiones, especialmente en la fiesta de la Pascua y en la fiesta de los Tabernáculos. Así pues, qué más normal que esta aclamación de victoria fuera levantada por la multitud jubilosa ante la entrada triunfal del Mesías en la ciudad de Jerusalén montado en un pollino, lo que nos muestra la sencillez y el espíritu de pobreza del Rey del universo. También hay que señalar que esta aclamación duró poco, porque el resto del relato de estos hechos nos muestra que pocos días después, otra multitud, quizá formada por las mismas personas que estaban exultantes, ya que se encontraba en la misma ciudad, exigió la muerte del Príncipe de la Paz y la liberación del salteador de caminos. Pero, ante su grito vociferante por la muerte del inocente, era Cristo, el Maestro de la vida, quien se había entregado gratuitamente por la salvación de todos.

Así, la meditación de los textos de la liturgia de este Domingo de Ramos y de la Pasión debe centrarse en el don libre y gratuito de la vida de Cristo. Cristo afrontó su pasión con lucidez y serenidad en su alma, con una mente suficientemente iluminada. En efecto, san Marcos nos cuenta que la víspera de su pasión, mientras comían a la mesa, Jesús dijo: «Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar» (Mc 14, 18). Se trataba de Judas Iscariote, uno de los Doce más cercanos a Jesús, que lo traicionó. Lo más grave es que el traidor come con Jesús. Este pasaje de la Escritura nos concierne a todos. A veces estamos con nuestros hermanos y hermanas sin estar con ellos, ya sea en comunidad o incluso en la misión. A veces los traicionamos deseándoles el mal e incluso queriendo que sean mejores, pero no mejores que nosotros. No olvidemos que Dios lo ve todo, así que aún estamos a tiempo de cambiar y hacer de nuestras comunidades y misiones lugares de fraternidad, amor y comunión sinceros. Cuando cada discípulo pregunta: «¿Podría ser yo?», se hace evidente la posibilidad de que cada uno de ellos se aleje de Jesús, tanto interior como exteriormente, como sucederá en el transcurso de la historia.

La Pascua es ciertamente una conmemoración de la liberación del pueblo de Israel, pero esta comida religiosa termina misteriosamente con el regalo de pan y vino nuevos. La novedad del gesto reside en las palabras «esto es mi cuerpo» y «esto es mi sangre», como para significar una identidad real entre esto y el cuerpo o la sangre de Cristo. El pan y el vino de esta comida son signos del don de su vida a través de su cuerpo y su sangre. Cuando pide a los discípulos que los tomen, ellos aceptan esta Nueva Alianza Universal, de la que la Sagrada Eucaristía es el signo actual. En efecto, el cuerpo que se ofrecerá el Viernes Santo es el que se consumió el jueves en la Última Cena. Cristo se ofrece por amor para la salvación de todos, como revela san Marcos: «Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que será derramada por muchos»(Mc 14,24).

Cristo experimentó su pasión, muerte y resurrección en lo más profundo de su conciencia, libremente, antes de cualquier manifestación externa. De ahí se desprende la ofrenda voluntaria de su vida. Este don gratuito de sí mismo lo expresa claramente San Juan: «Yo doy mi vida, para volver a tomarla. Nadie me la quita, sino que yo la doy por mí mismo» (Jn 10,17-18). La entrega es, sin duda, la expresión más llamativa del amor divino. Santa Teresa de Lisieux, habiendo comprendido la locura de amor de Cristo, decía: «Amar es darlo todo y darse a sí mismo». Cristo lo dio todo y se dio a sí mismo como alimento de vida eterna. Él es la palabra eterna del Padre que se entregó sin esconderse, como había predicho el profeta Isaías: «No me escondí. Presenté mi espalda a los que me arrancaban la barba. No escondí mi rostro de los insultos y los escupitajos» (Is 50, 5-6). Este amor que se entrega es el verdadero camino hacia la gloria. El don de sí se expresa concretamente en la humildad. El apóstol Pablo resume esta humildad de Dios, este camino hacia la gloria, en su carta a los Filipenses: «Cristo, teniendo la condición divina, no se aferró celosamente al rango que le hacía igual a Dios… se humilló a sí mismo… por eso Dios le exaltó» (Flp 2, 6-9).

Al final de esta comida, Jesús anuncia la negación de Pedro, y luego se dirige al Monte de los Olivos para orar con sus discípulos, compartiendo con ellos su miseria, como también había compartido su gloria con tres de ellos en el momento de la transfiguración. Vemos a Jesús orando a pesar de que se enfrentaba a una muerte inminente; era presa del miedo y la tristeza. De este modo, nos enseña que, como cristianos bautizados, la oración, ya sea personal o comunitaria, debe ocupar un lugar importante en nuestra vida diaria de fe. En los momentos de alegría, debemos orar al Señor, dando gracias, mientras que, en los momentos de debilidad y tristeza, nuestra oración debe ser súplica y grito de auxilio.

En última instancia, este relato de la Pasión nos dice que la muerte de Jesús es un elemento clave para comprender quién era, en la medida en que la muerte era algo más que algo que había que soportar para poder resucitar. Su ejecución le inscribe para siempre una identidad, como indican los relatos evangélicos de su resurrección. Sus heridas no se cerraron y no se convirtieron en cicatrices, sino que permanecieron, convirtiéndole para siempre en el Rechazado, el Humillado, el Crucificado. La atrocidad de la muerte de Jesús dice mucho sobre la forma en que lo consideraban los poderes políticos y religiosos. Murió mediante una forma especial de ejecución reservada a los esclavos, las clases más bajas y los insurgentes políticos de su tiempo. Cristo allanó el camino para que todos siguieran sus pasos. El don gratuito de su vida para la salvación del mundo expresa la profundidad del amor de Dios por cada ser humano. ¿Cómo resistir al brazo extendido de Cristo que se nos entrega por amor? ¿Qué hacemos con el amor gratuito derramado en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo?

Que las palabras de esta canción resuenen siempre en nuestras mentes y toquen nuestros corazones: «Si el grano de trigo que cae en tierra se niega a morir, la cosecha de la esperanza humana nunca florecerá».

Hna. Kemda Adeline BATCHO, O.P

Comunidad de Abom-Cameroun