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COMENTARIO DE LA PALABRA · XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

7 noviembre, 2019

Las lecturas de este 32º Domingo del Tiempo Ordinario se han tomado de los siguientes libros de la Biblia:

2 Mac 7,1-2.9-14;  2 Th 2.16-3,1-5;  Lc 20,27-38. 

Ponen el énfasis en la vida que los cristianos deben llevar y nos hacen comprender que, el mundo presente con sus posibilidades, no es el fin de nuestras vidas. Por lo tanto, una persona cristiana no puede vivir sin tener puesta su esperanza y su confianza en el Señor. Con la esperanza puesta en la vida eterna tanto los siete hermanos como su madre sacrificaron sus vidas, aceptaron el sufrimiento de ser martirizados de acuerdo con la ley de Dios para obtener la vida eterna al final (Véase 1ª lectura).

De hecho, el contexto histórico en los libros de los Macabeos es el de una lucha librada por los judíos contra los gobernantes seléucidas que les impusieron sus modales y cultos griegos. El pueblo judío quería la independencia nacional que les permitiera practicar fielmente el Culto Divino y observar libremente las prescripciones de la Ley de Moisés.  Es en este contexto que interviene el mártir del pueblo de Israel, negándose a traicionar su fe en Dios al negarse a comer carne de cerdo, carne prohibida. Su martirio era dramático pero estaba animado por un valor incomprensible.  En efecto, el martirio es un gran don de Dios para quien lo acepta. El que es martirizado lava su ropa de pecado directamente en la Sangre del Cordero. Atraviesa un camino dramático pero que resulta corto para llegar al cielo. En el martirio, el hombre no está solo, Dios está presente y consuela al creyente. Por eso siempre se ha manifestado una fuerza increíble en los mártires.

En el martirio no sangriento en el que vivimos, es bueno sentir esta fuerza divina que nos ayuda a aferrarnos al final de la prueba: en la experiencia de nuestra vida cristiana y en nuestra consagración religiosa, por nombrar sólo algunos ejemplos.  Por eso no tenemos que enorgullecernos de la dificultad que hemos pasado, sino más bien dar gracias al Señor que nos ayuda a afrontar la prueba.

Las actitudes que nos ayudan a mantenernos en medio de las dificultades del mundo presente son la oración, la contemplación; es saber consolar a los demás y estar seguros de que el Señor nos protege del mal, del enemigo (véase 2ª lectura). Por lo tanto, es bueno animar a los demás a hacer el bien en todas las etapas de la vida: a los jóvenes, a los mayores, a los enfermos, a los sanos etc. Cada uno de nosotros tiene vocación de amar y servir al Señor.

Hoy, como ayer, los hombres piensan que se pertenecen unos a otros y a menudo utilizan palabras posesivas hacia los demás: su (mi) esposa, su (mi) esposo, su (mi) hijo, mi amigo, etc. Mientras estamos en esta tierra, también debemos pensar en nuestra pertenencia eterna a Dios. Es necesario fortalecer, afianzar, reactivar nuestra esperanza en  la vida eterna. Podemos empezar a soñar en lo que seremos en el cielo como dice Jesús: «Seremos como ángeles» (Cf. Lucas 20,36)

En este Domingo XXXII del tiempo ordinario oremos por la Iglesia Diocesana y la Iglesia Universal perseguida, para que los cristianos tengan la fuerza de perseverar, para que despertemos en nosotros mismos el sentido de pertenecer al Señor y para que nuestra fe en la vida eterna pueda tener fuertes raíces.

SOEUR Florence MUKASHAWIGA

Vicariato «Saint François Coll»

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Fuente de la imagen Qumran