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COMENTARIO AL EVANGELIO DEL V DOMINGO DE PASCUA 2021

27 abril, 2021

Juan 15, 1-8

 En la alegría de las fiestas pascuales y al día siguiente de la celebración del Domingo del Buen Pastor, también domingo de oración por las vocaciones en la Iglesia Universal, estamos invitados, en este quinto domingo de Pascua, a meditar el Evangelio según San Juan 15. , 1-8: la parábola de la viña.

En primer lugar, quisiera agradecer al Señor por esta feliz coincidencia; porque esta perícopa sigue siendo para mí «una luz en mi camino».

El domingo pasado, Cristo se presentó como el buen pastor, el pastor de las ovejas. Hoy se nos revela como la vid verdadera e indica a sus discípulos que ellos son los sarmientos. A nosotros, discípulos de hoy, Él nos invita,  a unirnos a Él y «dar fruto», porque eso es lo que «hace la gloria del Padre». De hecho, son los frutos los que nos identifican como discípulos. «Los reconoceréis por sus frutos» dijo Jesús en Mt 7,20. Dar fruto no se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de «hacer bien las cosas ordinarias». Recordemos, por un lado, el reproche de Jesús al siervo que no hace fructificar su talento y, por otro lado, la maldición de la higuera estéril. Unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, iluminados por el Espíritu, podemos dar fruto en abundancia; frutos «de amor, alegría, paz, paciencia, bondad, mansedumbre, fidelidad, ternura, …»

Este texto también nos recuerda que debemos mantener una relación continua con Cristo para que nuestra fe y nuestro compromiso no se apaguen como una lámpara sin aceite; porque «Todo sarmiento que está en él, pero que no da fruto, el padre lo corta». Los sarmientos que impiden la producción se cortan y se arrojan al fuego después de secarse. «¿De qué sirve agotar el suelo»? Lc 13,7

«El que permanece en mí, da mucho fruto». Si estamos unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, recibimos de Él, su fuerza y ​​su vida, y gracias a la savia vivificante de la vid, las obras de bondad, sostenidas por el amor, pueden extenderse y multiplicarse. El fruto es la marca del discípulo, el fruto hace la gloria del Padre. La vid aparece aquí como estar en comunión, como vida que se desarrolla a través de la prueba, «todo sarmiento que da fruto mi Padre lo poda para que dé en abundancia». Uno podría preguntarse: ¿por qué no dejamos las ramas que ya están dando fruto para cuidar aquellas que no dan nada? Pues no! son precisamente de las que dan fruto que hay que ocuparse, las que hay que limpiar,   las que hay que cuidar para que produzcan más. Esto es necesario para obtener una producción buena y abundante. La poda hace la vida más vigorosa, más fuerte, más fructífera en buenos y bellos frutos.  Por tanto, es necesario preservar la relación recíproca con el Señor, en una doble dimensión; «El que permanece en mí y en quien yo habito, da mucho fruto». Nuestra vida da frutos en la medida en que se relaciona con Cristo. Así, la vida de Dios se da a través de los discípulos de su Hijo que somos nosotros. Por lo tanto, es importante que permanezcamos en Cristo si queremos dar fruto, porque, además, nos advierte, “sin mí no podéis hacer nada”. De ahí la necesidad de permanecer en él y estar unidos a él todos los días de nuestra vida; de escucharlo, de alimentarse de su savia. De hecho, dar fruto es una exigencia para nosotros a fin de no ser arrojados como las ramas improductivas, o malditas como la higuera estéril.

«Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá» si permanecemos en Cristo, Él nos dará lo que pidamos.

Cristo es la vid y nosotros, cristianos y consagrados, no podemos dejar de estar unidos a él, si queremos una vida religiosa fecunda en santidad. ¿Qué queremos ser siguiendo a Cristo? ¿Ramas secas que se cortan y se tiran al fuego? o ¿Ramas cargadas de frutos buenos y deseables? Que el Señor que nos sigue llamando todos los días nos ayude a unirnos continuamente a Él, la verdadera vid de los frutos del amor.

Sr Bénédicte DAGO
Vicariato San Francisco COLL