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COMENTARIO AL 3º DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B

9 diciembre, 2020

En este tercer domingo de Adviento, el domingo de la alegría, la liturgia nos invita al gozo. No al gozo que es pasajero y que muchas veces podemos desear genuinamente, sino, como nos dice Isaías, un gozo que nos viene por la salvación que está llegando, por el inminente cumplimiento de una promesa que cada corazón –muchas veces sin saberlo– anhela. La buena noticia que proclama el profeta nos dice mucho hoy: no son tiempos fáciles, lo son más bien bastante difíciles, pero el Señor está llegando… ¡Él es nuestro gozo! ¡No nos abandona!

El salmo es nada menos que la oración que brota del alma de María al visitar a Isabel. ¡Cuánta alegría en ese encuentro! ¡Qué grande es la felicidad que el Espíritu nos regala cuando lo dejamos obrar! Las palabras de la que nos trae al Dios-con-nosotros dejan nuestros corazones envueltos en el amor y en la misericordia de Dios, y nos invitan a darle gloria a nuestro Salvador, que nos colma de bienes a quienes, hambrientos, a Él nos acercamos. Hermosa oportunidad el tiempo de Adviento para saborear este cántico y hacerlo oración profunda.

“Estén siempre alegres”, nos dice San Pablo, y nos exhorta a la fidelidad. El Apóstol deja entrever las dificultades que tenían los destinatarios de sus palabras, que pueden ser las mismas que las nuestras. Intensifiquemos en este tiempo litúrgico fuerte nuestra oración y acción de gracias para no apagar el fuego del Espíritu, que tanto tiene para darnos en nuestro encuentro personal y comunitario con Él. Pidamos constantemente su luz para discernir su voluntad en lo pequeño y en lo grande.

Juan el Bautista, cuyo salto en el vientre de María ya comenzaba a anunciarnos “algo”, ahora, con total conciencia de su misión, es el “testigo de la luz”, “la voz que clama en el desierto” que el Señor ha llegado. Las miradas no debían apuntar a él, sino al que venía detrás. Su humildad y convicción nos invitan a preparar el camino del Señor acercándonos a aquellos que han perdido la esperanza, que se sienten solos y temerosos en un mundo aquejado por tantas dolencias, a los que han sufrido enfermedad o han dicho adiós a un ser querido, a los que han perdido su trabajo… o su fe. Vayamos a ellos a decirles que Dios está cerca, que hay una Buena Nueva esperándolos. La misión que Dios le confió al Bautista fue dar testimonio, con su vida y con su palabra, que Jesucristo es el Mesías. No dejemos de preparar el camino del Hijo de Dios, así como tantos lo han preparado para nosotros.

Al encender la vela rosa este domingo, pidamos la gracia de irradiar alegría, de preparar el camino del Niño Dios, y el don de la oración constante para ser siempre morada suya.

 Agustina Santarelli.

Directora General – Colegio La Anunciata- Buenos Aires.