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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO I

16 mayo, 2019

Este es un espacio que está pensado para llegarnos una y otra vez a las fuentes del carisma y beber de sus aguas refrescantes. Si bien el lenguaje del siglo XIX en que están escritas puede sonar un poco lejano, vale la pena el intento: al decir de fray Marie-Dominique Chenu OP «el recuerdo del pasado, el regreso a las fuentes, es siempre un regreso a la fuerza creadora».

Para facilitar el acercamiento a estas fuentes antiguas, hemos elaborado artículos breves que incluyen una puesta en contexto y una intuición o sugerencia para la reflexión, de modo que nos inviten a traer el mensaje del Padre Coll y su carisma a nuestra actualidad.

Hna. Luciana

EL TERREMOTO Y EL VOLCÁN

En algunas historias de santos se da a entender que los biografiados en cuestión eran de una suma perfección casi «desde el vientre materno». No fue el caso del pequeño Francisco: un niño que hacía cosas de niño. Parece que el pequeño era, como diríamos hoy, una especie de terremoto en la casa:

«El carácter de P. Coll, durante toda su vida fue emprendedor, inquieto, como inquieto es el celo; ese mismo carácter tenía ya desde niño. Inquieto y bullicioso, gustaba de esas diversiones inocentes, propias de una edad en que hierve la sangre y el temperamento abre los senderos de la vida; nunca se estaba quieto. Su piadosa madre, molestada por aquel movimiento continuo, lo excitaba a estarse tranquilo: obedecía el niño Francisco; pero, como nada violento permanece, pronto volvía a sus enredos, verdaderos centros de su actividad. Viendo al fin, su madre, que las reflexiones no eran suficientes para contenerle, solía exclamar: “hijo, ojalá revientes de amor de Dios”» (testimonio de la H. Luisa Paret, Testimonios p. 742).

Esta última expresión de la madre, Magdalena, es bastante llamativa. Algo veía Magdalena en su hijo que le hacía pensar más en un volcán que en un terremoto. El dominico P. Galmés  lo expresa de esta manera: «El volcán pronto o tarde busca grietas para lanzar al aire su contenida energía, y si no las encuentra, las abre, y la explosión torrencial se precipita afuera. Temperamentalmente Coll tenía calidades de volcán contenido, que en su momento rompe con los entorpecimientos y no hay quien los detenga hasta conseguir su objetivo» (Galmés p. 45).  Así fue Francisco Coll: un hombre encendido e incendiado por el amor de Dios y siempre en procura de un cauce mayor para dar salida a ese fuego, de manera que en su vida se cumplió tantas veces la profecía de su madre: «Hijo, ¡ojalá revientes de amor de Dios!».

Ocasionalmente, en tono de provocación o de burla, se lee en los muros de algún templo un graffiti con esta frase: La única Iglesia que ilumina es la que arde. Contemplando la vida de San Francisco Coll, no podemos dejar de estar de acuerdo… Ya lo dijo Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que estuviera ya ardiendo!» (Lc 12, 49).

Dibujo realizado por: Fr. Félix Hernández OP