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BEBER DE NUESTRO PROPIO POZO XVI

17 octubre, 2019

LA DESPEDIDA

Hemos vivido estos últimos días la gran alegría de celebrar el X Aniversario de la canonización de nuestro Padre Coll, es decir, del reconocimiento universal de su santidad por parte de la Iglesia. Una santidad que quienes lo conocieron más de cerca, pero también el pueblo en general, intuyeron tempranamente. Una santidad que se fue desplegando en el transcurso de su vida, que se fue construyendo de fidelidad en la vivencia de su consagración religiosa, de fervor y servicio en la predicación, de audacia y amor en la fundación de la Congregación, de entrega total en las manos de Dios en los últimos años de enfermedad.

En este espacio gustamos de acercarnos a las «fuentes», poner a disposición de quien lo desee  documentos históricos que nos llevan a un conocimiento y comprensión más directa de la figura de san Francisco Coll. Hoy queremos compartir un fragmento escrito tan solo tres días después de su muerte por alguien que lo conocía y apreciaba mucho: el Padre Francisco Enrich OP, colaborador y sucesor del P. Coll como Director General de la Congregación. Es una carta muy significativa a la que dedicaremos más de una entrega. En ella se transmite con cariño y se aprecia con claridad este despliegue de la santidad en la vida de nuestro Fundador:

«El muy Reverendo Padre Fray Francisco Coll ha pasado a mejor vida, se ha ido al eterno descanso a las 8 1/2 del 2 del corriente Abril. Este formulario de la piedad cristiana se ajusta por completo a la verdad para cuantos conocieron al buen siervo de Dios. Una vida que reflejaba y estaba adornada de celo, ora radiante en el púlpito, ora escondida en el confesonario, incansable siempre durante los 30 años que recorrió Cataluña misionando, muchas veces caminando a pie, y que hicieron su nombre popular y venerado.

Humilde por nacimiento y no menos por elección, se advertía en él despreocupación por los aplausos; y su voz atronadora cual trompeta evangélica en las iglesias rurales y en las basílicas, resonó siempre non in sublimitate sermonis [1 Co 2,1: no con sublimes discursos], sino con suma sencillez, que no cuadraría bien en otros, me atrevería a decir, característica en él. El Santísimo Rosario, lo que equivale a decir, las alabanzas a María, fue su tema inagotable (…).

Hombre acepto a Dios debía ser probado en la tentación. Le probó una larga enfermedad durante más de cinco años (…)  Llegó así gradualmente a su fin y expiró con placidez. El pueblo, aunque hacía mucho tiempo que no le había oído, conocida la noticia de la muerte del P. Coll, recordó su vida, acudió a la iglesia de las Terciarias; rodeaba el féretro con señales bien patentes de veneración. El beso reverente de las manos, el tocar en el cadáver rosarios y medallas, e incluso el hurto piadoso de las fimbrias del hábito, lo proclaman más claro que las alabanzas y lamentos por la pérdida…»[1].

Nos quedamos hoy con este último detalle… Durante dos días y parte de las noches fue continuo y masivo el pasaje de personas que acudían a despedirse de aquel querido predicador. Aunque hace años que ya no se oía su voz, las gentes sencillas no olvidaron a quien les había regalado palabras de vida, a quien habían sentido cordial, cercano, caminante pobre por sus caminos, a aquél que se había preocupado por la educación para sus hijas… Era un santo de entre los hijos del pueblo y servidor del pueblo, y el pueblo no sólo lo reconoció, sino que aún lo reconoce y experimenta su cercanía en cualquier lugar en que su historia es proclamada nuevamente.

[1] Carta de Fr. F. Enrich al P. Giuseppe Maria Sanvito, Vicario General de la Orden de Predicadores, en Francisco Coll, O.P. Testimonios (1812 – 1931), Vito T. Gómez García, OP, Valencia, HH. Dominicas de la Anunciata, 1993, p. 586-589